Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
60 GERMAN LEGUI/\ Y MARTINEZ XXI Apenas consumado el estallido redentor de Ja metrópoli del Gua– yas, rasgaron el aire los clamores de Ja campana del cabildo con– vocando al pueblo a la serie de deliberaciones exigidas por las cir– cunstancias. Y surgió en ello, como siempre, el malhadado hervi– dero de los intereses y pasiones personales. En Jo m ilitar, por con– secuencia de Jos sucesos de la noche, no había, de momento, otra autoridad que la indiscutible e indiscutida (no obstante sus vein– ticinco años) de Escobedo, impuesta, al pueblo y a las tropas, por su actuación, por su fuerza disponible y por el éxito. Pero, en lo político y civil, eran muchos quienes, llegado el ins tante del me– dro y pasado el del peligro, pensaban adueñarse de la magistra– tura suprema. Cada grupo de ese paisanaje que, secundariamente, había concurrido a la revolución, tenía su candidato. Quien que– ría que se erigiese en jefe provisional del flamante pueblo liber– tado, a Olmedo; quien a Jimena; et sic de coeteris; y hasta tuvie– ron sus partidarios Urdaneta y Febres Cordero .. . Al amanecer, cons– tituiqos esos grupos dentro y fuera del cabildo, diéronse a deli– berar; y, mientras la autoridad militar ocupábase en someter las lanchas de Villalba, hízose una especie de aclamación popular fa– vorable a Febres; teniente de ejército que, por supuesto, y con muy buen juicio, rechazó de plano el honor, e indicó a Olmedo (45). El brillo de este último nombre eclipsó las pretensiones pre– maturas de los otros aspirantes; y el personal mismo del ayunta– miento, como ya va a verse, prohijó la designación en comicio so– lemne. El gran poeta, a quien, días antes, vimos huyendo el bulto a toda intervención en los sucesos del 9, aceptó esa mañana -cu– rado ya de espanto por el triunfo- la investidura provisional que se le confería; y, sacado de su domicilio por un gran concurso, pasó entre aplausos y vítores, a prestar en el palacio municipal el res– pectivo juramento. Al llegar al cabildo y ver desnuda el asta, algún individuo del pueblo expuso a gritos que se izara "la bandera de los libres", allí donde, hasta la víspera, flameara la "enseña de los opresores".- "¿Y cuál será esa bandera?", exclamó alguien, di– rigiéndose a Olmedo. Clavó éste los ojos en el espacio, y dijo: "¡Esa!", señalando, con el índice, el aterciopelado turquí del cielo del Guayas, que en esos instantes fulguraba nítido; y los vellones carmenados de una que otra nube perdida con su matinal y plá- (45) V. a Cevallos, op. et vol. cit., pág. 236.
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