La acción emancipadora del Perú antes de la llegada de la Expedición Libertadora

42 LUIS ALBERTO SOTOMAYOR GUTIERREZ pos frenéticos de sus claustros, y paseando las calles, precedidos de cruz alta y de los guiones de su orden predicaban con machete en mano, el ex– terminio de los españoles. Y en toda América se notó en los frailes este mismo ardor y esta misma cooperación para terminar con la monarquía. Así tenemos en Bogotá al agustino Diego Padilla, miembro de la pri– mera junta revolucionaria; en Chile el famoso padre Larraín; los decididos monjes del Plata, etc. La acción del bajo clero no se limitó a la prédica, sino que llegó a al– zarse en armas y a conspirar abiertamente, como en el caso de Melchor de Talamantes, Hidalgo, el cura Morelos, que lucharon por la independen– cia de México. Pero hubo otro precursor que fue Pablo de Olavide y Jáuregui, naci– do en Lima el 25 de enero de 1725, de distinguida alcurnia. Estudió en el Colegio Mayor de San Martín y se graduó en la Universidad de San Mar– cos de Doctor de Cánones. A los 20 años fue nombrado Oidor de la Real Audiencia de Lima, siendo ya famoso por su saber y elocuencia. Tuvo destacada actuación en el terremoto en 1746, en donde demostró gran ac– tividad organizativa y desprendimiento en cuanto a los prejuicios, pues colaboró destacadamente en la atención de los heridos y necesitados, no obstante que perdió a sus padres. También colaboró en la construcción del Teatro de Comedias en Lima. Pero sus enemigos lo acusaron de ha– ber tomado unos dineros que no le correspondían y el Rey Fernando VI le ordenó presentarse a Madrid en 1749 y lo sometió a prisión. Poco des– pues se casó con una dama española adinerada y se rodeó de muy bue– nas amistades y llegó a ocupar altos cargos en España. Se relacionó con gente de avanzada y cambió cartas con los enciclopedistas franceses. El Rey le confió la colonización de Sierra Morena. Pero el Santo Oficio de la Inquisición, que le andaba a la zaga lo enredó con sus redes y lo hundió en un calabozo, de donde pudo salir, mediante fuga, ochos años después. Para congraciarse con la Iglesia, de vuelta a Francia, de donde la revolución le recibiera con palmas como hijo adoptivo, hubo de publi– car "El Evangelio en Triunfo", libro de palinodia, poco edificantes. Des– pués, ya en vísperas de su muerte aparecieron "Poemas cristianos" y "Salterio Español". El Rey Carlos IV le autorizó regresar a España y le asignó una pensión anual, falleciendo al poco tiempo en Baeza.

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