La campaña de Junín y Ayacucho

CAMPAÑAS DE JUNÍN Y AYACUCHO 1824 133 meses que restan del año de 1823, a la reorganización de sus tro– pas y al aumento de efectivos. En los comienzos de 1824 esta situación se hace más sólida con la inesperada posesión de los Castillos del Callao, que aparte de su trascendencia moral, que robustecía el prestigio de su causa, les aseguraba un magnífico punto de apoyo en la costa Norte del Pacífico. En cambio, hacia el otro extremo del territorio ocupado, o sea en el Alto Perú, se producía un hecho grave que iba a tener gran repercusión en las operaciones militares de este año. Tal he– cho es la defección de Olañeta. SUBLEVACION DE OLAÑETA El Alto Perú había perdido la importancia estratégica que tuvo en la época anterior a 1820, como consecuencia de la utilización de la vía marítima del Pacífico por San Martín; pero constituia e,n cambio, par a el ejército realista, una gran fuente de recursos, particularmente en hombres y dinero, tal como en el Bajo Perú lo constituia toda la región andina, especialment e la ::-;ona del valle del Mantaro, en el centro, y la del Vilcanota en el Sur. La tranqui– lidad en que se hallaba este territorio era, pues, absoluta y apenas si había sido momentáneamente turbada por las operaciones de la segunda campaña a Intermedios. Pero a principios de 1824 tal tranquilidad desaparece bruscamente por la actitud que asume el general Pedro Antonio Olañeta, enfrentándose al Virrey. Este general de origen americano y que se había plegado a la causa realista en 1810, iniciándose como simple jefe guerrillero, ejercía desde años atrás el comando político y militar del Alto Pe– rú y así lo hemos visto figurar en las campañas de 1822 y 1823. Después de esta última campaña tenía bajo sus órdenes alrededor de 4 mil hombres, con su cuartel general en Oruro, si bien depen– diendo del general Valdez que ostentaba el título de comandante del Ejército del Sur. Su situación en el ejército realista, era, pues, expectable y en el fondo gozaba de tanta autoridad como el Virrey. Pero precisamente esto lo envaneció, despertando en él deseos de igualarle en categoría. De otro lado, Olañeta abrigaba un senti– miento de animadversión contra el propio La Serna, que no había satisfecho muchas de sus exigencias o que de cuando en cuando le

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