La campaña de Junín y Ayacucho

164 GRAL. EP FELIPE DE LA BARRA habían constituido el pasivo de las pérdidas materiales; pero al lado de éstas, tanto o más graves fueron las de orden moral. El desaliento natural de las tropas, que en su mayoría no alcanzaban a penetrar el porqu~ de estas vertiginosas marchas, que más pro– piamente tenían el carácter de una fuga, se esparcía en las pobla– ciones del tránsito, dando de esta suerte un golpe mortal al pres– tigio de la causa realista, robustecida hasta entonces por los éxi– tos anteriores y por la ignorancia en que vivían los habitantes de estas regiones con respecto a la actividades de los patriotas. A es– tas conscuencias, se debe agregar los conflictos que se suscitan en– tre la impaciencia de Canterac por alejarse y la reflexión de algu– nos de sus altos subordinados; efectivamente, cerca de La Mejora– da, en el pueblo de Pucará, el general Maroto quiso imponerse an– te el comandante en Jefe para que tomase una decisión más acor– de con la situación, puesto que los patriotas no daban señales de su presencia; la actitud de Maroto fue mal vista por el General, y así aquél debió dimitir su cargo de comandante de división y mar– charse solo al Cuzco. Cuando el Virrey tuvo conocimiento de lo ocurrido en el Ejér– cito del Norte, prescribió a Canterac que, sin comprometerse de– masiado, procurara sacar el mejor partido del terreno en que ac– tuaba a fin de dar tiempo a la llegada de Valdez, al cual ordenó, al mismo tiempo, que abandonando a Olañeta volase al Cuzco, Val– dez se encontraba en estos momentos a más de 300 km. de Potosí. Pero Canterac había perdido el tino completamente; no obs– tante que los patriotas continuaban alejados, que su detención de 15 días en la región del Pampas había rehecho el estado físico y moral de sus hombres, no quiso saber nada de su adversario y op– tó por esperar la concurrencia de las tropas de Valdez o de las que se encontraban en el Cuzco, al abrigo de una fuerte posición. Eli– gió como tal la margen derecha del Apurímac, sobre la que se re– plegó definitivamente a mediados de setiembre. En su retirada, Canterac había perdido, en cifras redondas, el considerable número de 3 mil hombres, comprendiendo en éstos a los desertores, rezagados, enfermos o extraviados, y al lado de es– to, almacenes, armas y municiones. Por todas estas razones, las consecuencias de Junín son de or– den trascendental, y por ello esta acción marca los comienzos del desquiciamiento del poder realista.

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