La campaña libertadora de Junín y Ayacucho
100 HUGO PEREYRA PLASENCIA enfermo: hoy que ya me encuentro restablecido, lo verifico con gusto sin añadir ni quitar nada de cuanto ocurrió conmigo y el Vi– rrey La Serna en la memorable batalla de Ayacucho. Sabía Ud. que cuando nuestras guerrillas fueron batidas por los españoles, trataron muy mal a la compañía de Cazadores del batallón Vencedor con cuyo motivo el General en Jefe Sucre, orde– nó que saliese una compañía del centro del batallón Voltíjeros a proteger a los cazadores de dicho Vencedor, al mando del muy bi– zarro Capitán Francisco Coquis; quien habiéndonos mandado des– plegar en guerrillas nos hizo marchar de frente sobre los enemigos hasta que estuvimos a tiro de pistola, entonces rompimos el fuego y lo seguirnos cargando a la bayoneta junto con las demás gue– rrillas que se nos reunieron en número de 500 cazadores y tam– bién porque nos seguía la división Córdova protegiéndonos. De tal manera, apoyados por esta respetable masa, y unidos a ella, arrollarnos la división Villalobos y contuvimos a los cazadores con la carga hasta subir el Condorcunca y la división Córdova se quedó todavía al pie en éste, peleando con los restos de Villa– lobos y las columnas de la división de Canterac y Monet; después de haber tornado alguna parte de altura, encontrarnos muchos hom– bres que parecían paisanos; pero que en verdad no eran otra cosa que el mismo Virrey con todo su Cuartel General, llegados que fuimos donde ellos en medio de los gritos de nuestra tropa, el estrépito de los tiros y la confusión de los que huían, me ocupé ele verles la cara a uno por uno, por estar yo inmediato a ellos y conocí al momento al indicado Virrey; entonces le dije en alta voz a los cazadores: "¡Allí está el Virrey! ¡Tómenlo!". A cu– yas palabras que oyó el general La Serna, fijó los ojos en mí; mas corno él vio que nadie se quería ocupar de él, trató de ponerse a salvo, tornando un camino que le quedaba a su dere– cha, y seguía a donde estaba la otra mitad de su ejército pelean– do: yo que tenía un obstáculo de malezas de arbusto por delante y que en este momento me embarazaba para poder correr sobre él y tornarle, no quise que se fuera sin que llevase una señal de mi parte; al efecto, levanté mi fusil, que era bastante bueno, y le hice un tiro al que con mucha casualidad lo eludió cayendo a tierra enredado de sus espuelas, entonces corrí sobre él y lo en-
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