La campaña libertadora de Junín y Ayacucho
LA CAMPA&A LIBERTADORA DE JUNIN Y AYACUCHO 101 contré sentado; al llegar me dio la mano apretándomela fuerte– mente, al mismo tiempo que me hizo una señal masónica en su auxilio; pero como todavía estaba la mitad del ejérctio español en el campo batiéndose, lo tomé del poncho y lo bajé a ponerlo en seguridad; y habiendo andado como cuadra y media se sentó di– ciendo que quería descansar, en cuyo tiempo subían ya el cerro los batallones Bogotá, Voltíjeros, Pichincha, y encontrándome el comandante D. Rafael Cuervo, Comandante General de la línea de las guerrillas, me dirigió la palabra en estos términos: "Barahona: ya está Ud. bien recomendado al General Córdova y al General Sucre por su valiente comportamiento". Y pasó, mas en estos momentos que todavía pasaba otra gue– rrilla nuestra con los fusiles bajos y con la bayoneta armada de las que un soldadito de Huaraz le tiró un bayonetazo que si no le meto yo mi fusil lo hubiera pasado por los sentidos, y por cuya defensa que le hice, sólo le alcanzó la punta de la bayoneta a herirle el labio de la oreja derecha de lo que corrió sangre sobre su poncho a la cual viéndola dijo: "Me ha sacado sangre de mi cuerpo, acábame de matar"; yo que oí ésto y que todavía nos faltaba vencer a las tropas realistas que trataban de rehacerse sobre el Concordunca y que nuestros cuerpos habían sufrido mu cho en lo terrible del choque, me interesó en que bajase pronto a lo que por primera vez se resistió; entonces llamé a cuatro ca• zadores y les dije: "Si el señor no quiere bajar a donde lo quiero llevar, fusílenlo". Al efecto, prepararon los soldados sus armas, y al oír ésto el Virrey, inmediatamente se puso en marcha; a pie en tierra bajó el cerro hasta que con casualidad encontró a un húsar de los de Fernando VII que había muerto, sentado en su silla sin ha– berse caído al suelo, al que lo paré por interés del caballo que trataba de subir la cuesta discresionalmente. El .húsa-¡:-habí~- ~st-ado enredado en los. estribos y las ma11os sobre la cabeza de la sílla con el cuerpo bañado en sangre y cuya cabeza parecía que la habían abierto con una sierra; pues los sesos se le movían; entonces le dije al Virrey: "Vea Ud. señor hasta dón-
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