La campaña libertadora de Junín y Ayacucho

102 HUGO PEREYRA PLASENCIA de han conducido ustedes a sus soldados". El Virrey lo veía con atención y sin decir nada: entonces tomé el caballo del húsar, y lo hice montar hasta el pie del cerro en donde encontré al Gene– ral Córdova quien me dijo: "Sargento, vuelva Ud. para arriba a su compañía" . Y mi respuesta fue decirle: "Mi General, yo he tomado preso al Virrey y quiero presentarlo personalmente al se– ñor General en Jefe Sucre". A lo que me impuso diciendo: "Entregue Ud. al prisionero a estos señores oficiales del batallón Bogotá, que ya conozco a Ud. y le ofrezco hacerle dar una gratificación por el Gobierno". Y así lo hice obedeciendo al instante, regresán– dome con los cazadores que me acompañaban a incorporarme a mi compañía y el Virrey quedó como lo dispuso el expresado Ge– neral Córdova que le llevaron a presentarlo al señor General en Jefe Sucre (2). Pero sí diré a Ud. que el referido Virrey tuvo consigo sus cintos de onzas de oro sellados: cada cinto entiendo que no bajaría de qui~ientas o más onzas: tuvo dos relojes de oro montados en dia– mantes y brillantes con sellos y cadenas del mismo metal y pe– drería; tuvo una soberbia espada de vaina y puño de oro; una casaca toda guarnecida y bordada en oro, con todas sus cruces, de medallas de sus condecoraciones, cubierto con un poncho c~fé de (2) El Virrey sería conducido a la iglesia de la Quínua, converti- da en hospital de sangre. Lo encontraron allí Sucre, Córdova y otros jefes, quienes lo condujeron a una casa un poco más cómoda. "Cuando Miller (a eso de la media noche) entró, ha– lló al Virrey sentado en un banco y recostado contra la pared de barro de la choza. Un corto reflejo de la llama de una pequeña lámpara de barro, esparcía luz únicamente para que pudiesen percibirse sus facciones, a las cuales en parte ha– cían sombra sus venerables canas, teñidas aún en algunas partes con sangre de la herida que había recibido. Su per– sona alta y en todos tiempos noble parecía en aquel momento aún más respetable e interesante. La actitud, la situación y la escena, todo reunido era precisamente lo que un pintor histó– rico habría escogido para representar la dignidad de pérdidas grandezas" . (Miller. Memorias. Tomo II. Pág. 182). -

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