La campaña libertadora de Junín y Ayacucho
LA CAMPA1'1A LIBERTADORA DE JUNIN Y J\YACUCHO 81 gada Realista, a órdenes de Juan Antonio Pardo, siendo ella puesta en fuga y obligada a cruzar nuevamente el referido barranco, rom– piendo la formación de la segunda brigada que fue también perse– guida y dispersada por la caballería. Cuenta Miller, que unos 25 Húsares peruanos montados sobre mulas de carga (pues habían perdido sus cabalgaduras en Corpa– huaico), recibieron la orden de permanecer en la retaguardia, mien– tras el resto de sus compañeros iba a la carga. Esos valientes_ se ne– garon tajantemente a obedecer esta disposición y avanzaron resuel– tos hacia los realistas cambiando, poco después, sus mulas por ca– ballos tomados a éstos. En vano trataron los jefes realistas de reorganizar a los disper– sos, quienes no hacían caso ni a las amenazas ni a las súplicas. El mismo Virrey, "cargado de años, de fatiga y de servicio, se lanzó éomo granadero en medio de las filas contrarias". Fue tomado pri– sionero del modo más extraño, por un oscuro sargento del batallón Voltíjeros. (Ver Documento N? 2). En el ala izquierda independiente, la victoria se mantenía aún indecisa. Los batallones peruanos, apoyados por el Vencedor y pos– teriormente por el Vargas (que había podido trasladarse a ese sector tras el choque con la brigada Pardo), resistían a las columnas de Valdés, quien no había llegado a enterarse de los últimos aconte– cimientos por lo incómoda de su posición. Cuando pudo obser– var que se le acercaba por el flanco el resto de las fuerzas victo– riosas, formó desesperadamente en martillo, permitiendo rehacerse de esta manera a la división de La Mar. Cogido entre varios fuegos, tuvo que retroceder irremediablemente, en momentos en que sus for– maciones empezaban a desmoronarse. Los batallones Vargas y Le– gión, junto con los Húsares de Junín cruzaron la quebradilla y em– prendieron la persecución de los maltrechos virreinales, que huían por las depresiones aledañas en espantosa confusión. "Valdés comprendió que todo estaba perdido, y preso de la de– sesperación, se apeó del caballo y se sentó sobre una gran piedra resuelto a esperar la muerte allí. Sus jefes y oficiales acuden solí-
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