La campaña libertadora de Junín y Ayacucho

82 HUGO PEREYRA PLASENCIA citos a su alrededor; le suplican que les dé sus órdenes prometiendo cumplirlas; todo es en vano, hasta que uno de ellos observa que si no puede vencer por lo menos los puede salvar. Esta apelación oportuna a su generosidad, le devuelve los bríos y le pone de pie. Reune a los pocos que le quedan, se pone a su frente, y escoltado y envuelto por sus jefes que, espada en mano le forman una espesa muralla de acero, emprende la retirada perseguido por Morán, y se abre paso entre los colombianos, sembrando la muerte a su alre– dedor" (70). A eso de la una de la tarde, luego de tres horas de contínuo batallar, nada resistía ya a las armas patriotas. Sucre encomendó la persecución de los dispersos a La Mar y a Lara. En las alturas del Condorcunca, Valdés se reunió con los gene– rales Canterac, Monet, Carratalá y Villalobos y con los Brigadieres García Camba, Pardo y otros. Estaban éstos acompañados por un grupo de más o menos doscientos jinetes. Aquí Valdés tuvo conoci– miento de la prisión del Virrey y del consiguiente ascenso al mando <le Canterac. Al poco rato, se incorporaron al grupo los brigadieres Atero, de ingenieros y Cacho, de artillería. Se inició así una impro– visada junta de guerra en la que Canterac, como primer jefe, tomó la palabra para expresar su deseo de rendirse, aduciendo que no había nada más que hacer en el Perú, puesto que las guarniciones circundantes eran escasas y que Olañeta, además los hostigaba des– de el Alto Perú. Casi todos los jefes estuvieron de acuerdo con los argumentos de Canterac; pero Valdés y el valiente coronel Diego Pacheco opi– naron que no deberían darse por vencidos. Más tarde desistieron definitivamente al enterarse, por intermedio de Somocurcio, de que tos soldados naturales del país, reclutados a la fuerza por los virrei– nales, se resistían a obedecer a sus jefes, habiendo inclusive dado muerte al capitán Salas. (70) Nemesio Vargas. Ob. cit. Cap. XXX. Pág. 245.

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