La campaña libertadora de Junín y Ayacucho
88 HUGO PEREYRA PLASENCIA precisas, sin cuyas precauciones desertaban, como lo probaba la experiencia, y se puede asegurar que los soldados del Perú eran guardados tan cuidadosamente como pueden serlo en España los presidiarios, llegando a tanto el aborrecimiento que tenían a su es– tado, que muchos de ellos al paso de puentes o despeñaderos, se arrojaban a una muerte cierta para sustraerse del servicio" (77). La explicación a estos acontecimientos es lógica, pues los solda– dos fueron reclutados a la fuerza, a pesar de que gran cantidad de ellos se hallaba a favor de los independientes. No es extraño, pues, que llegado el momento oportuno hayan optado por obedecer a sus propias convicciones. El bizarro desempeño de los integrantes del Ejército Unido, constituye la tercera y última causa del desastre virreinal. Todos los integrantes del bando insurgente -desde el general en jefe hasta el último guerrillero- demostraron un tesón y valentía ini– gualables a lo largo de todo el combate. Fueron tres los que más se distinguieron en esta jornada. El primero de ellos fue, sin lugar a dudas, La Mar, quien resistió por su sector el demoledor ataque de la división que mandaba el héroe de Torata. Es necesario aclarar que el comportamiento del citado Mariscal y de la división peruana, en general, constituyó a la larga· la línea en torno a la cual se elaboró la victoria. Así lo aseveran con justísima razón algunos prestigiosos historiadores como Cor– tegana, Valega y Vargas Ugarte. Este último dice: "De haber flanqueado aquel general (Valdés) al ejército patriota y obtenido su objetivo, toda la línea se habría visto comprometida y la reserva y la artillería realistas habrían podido intervenir con más eficacia. Sucre supo aprovechar esta resistencia para desbara– tar, primero, la izqujerda enemiga, y luego el centro, haciendo para ello uso de toda la caballería, a la cual le fue fácil arrollar a la in– fantería en el llano de la Quinua y aún cruzar el barranco que corre (77) Conde de Torata. Ob. cit. Tomo IV. Pág. 236.
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