La carta a los españoles americanos y su repercusión en la independencia de Hispanoamérica

88 RAUL PALACIOS RODRIGUEZ Por último, si hemos de creer lo que nos dice Gustavo Vergara, el General Manuel Belgrano también la empleó y distribuyó en su expedi- .ción al Alto Perú. 3. El carácter de documento revolucionario que adquiere y su persecu– ción por las autoridades españolas.- En los dos parágrafos anteriores hemos visto largamente cómo el escrito viscardino fue difundido como arma de propaganda no sólo entre los pueblos de este continente, sino también en Europa, causando profunda impresión sus argumentos ex– puestos con arrojo y elocuencia. Ahora bien, la Carta se constituyó desde un comienzo en el mejor elemento con que contaron los rebel– des americanos en su lucha contra el poder español, al tiempo que su influencia doctrinaria pesaba directamente en el ánimo de los principa– les caudillos: "Lo que en sus frases violentas y lapidarias dice Viscardo será glosada después en los primeros documentos de la guerra emancipadora como los hábiles escritos de pro– paganda del fraile chileno Camilo Henríquez o el Memo– rial de agravios de Camilo Torres..." 31 • ¿ Cómo fue vista la Carta por las autoridades españolas? Sin duda como un escrito netamente revolucionario, y por tal, peligroso y temible. Recordemos los calificativos que mereciera por parte de Guevara Vas– concelos y de los dominicos mexicanos. El primero vió en ella un folle– to orientado a "inflamar los ánimos e inclinarlos a sacudir la obediencia a las leyes en que viven". Mientras que los religiosos la calificaron sin titubeos como "revolucionaria y sofística" recomendando su total destruc– ción. Con el fin de evitar su circulación, las autoridades hispanas la per– siguieron con implacable celo, mas las disposiciones que se dieron para ese efecto no pudieron detener su divulgación a lo largo y ancho de América. 4. El caso del Perú: su tardi.a difusión.- El deseo de emanciparse del yugo español fue ánimo antiguo entre los patriotaas peruanos. La acti– vidad precursora del XVIII y las frecuentes conspiraciones del XIX así lo comprueban. Sin embargo, hay que reconocer que entre los nuestros la 31. PICON SALAS, Mariano... Op. cit. pp. 215-216.

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