La expedición libertadora

129 Va Beruti de subinspector y Soler de mayor general, uno y otro lo han solicitado; son en mi concepto buenos para sus respec– tivos destinos, pero es preciso que usted no deponga su forma– lidad para tener al segundo en respeto; es muy buen oficial para campaña. Saldrán pronto. También va la resolución para que Luzuriaga se encargue del mando de esa provincia. Usted lo hará cuando lo juzgue conve– niente para contraerse al ejército, y me dará parte. El nombramiento de comisario va igualmente para Lemus. Insto en esta ocasión á Díaz por las 4000 frazadas ó ponchos, pero, repito que temo que nada se haga en aquella provincia. El infierno nos ha introducido la discordia y la licencia, pero yo he de poder más que el infierno sin medidas infernales. Nada sé de Santa Fe, pero espero que todo terminará con mis incitaciones pacíficas; he mandado al camarista doctor Ca.stex y posteriormente al deán Funes, prometiendo paz y amistad á aquellos habitantes y espero sus resultas. Díaz Vélez por no l:>aber obedecido mi orden dada en Córdoba, ha comprometido mi decoro y ha irritado aquel territorio. Los males deben tener un término y yo lo deseo y lo busco de buena fe. Si mis insi– nuaciones y gestiones fueren despreciadas, aunque le pese á mi corazón, tendré que emplear el poder para sostener la dignidad del poder supremo. No lo esp@ro á menos que los de Santa Fe, no sean enemigos de nuestra común libertad, pero si sucede, el mal será común, y su ruina segura. Si yo pudiera ir en persona todo sería compuesto, más no me es posible desatender este punto, cuando los portugueses han roto· ya las hostilidades en Ja Banda Oriental. Me ocupo en aumentar este ejército para ver venir. Son las once y media de hoy l~ de septiembre y acaba de lle– gar la última comunicación de usted del 21 próximo pasado, con el estado de todo lo que le falta á ese ejército; he hecho de– tener la salida del correo ordinario hasta mañana para contestar á usted de oficio, porque hoy es domingo y sólo yo trabajo, por– que soy el indigno más desgraciado del Estado, que no tengo lu– gar ni aun para respirar. Si Carranza ú otros no andan con juicio, haga usted su deber, seguro de que yo no he de proteger maldades. El asunto de Zo– rraquín ha pasado ó pasará hoy al asesor general. Usted me pide muchas cosas, y yo estoy ahogado porque no tengo fondos con que proporcionarlas; sin embargo me esforzaré

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