La expedición libertadora

455 rio que procure conservarla hasta donde alcancen las fuerzas humanas. Por don Juan José de Sarratea, conductor de ésta, se impon– drá usted de cuanto quiera de los términos de Ja contrata de la expedición: yo encuentro muy reducido en ella el número de ca– ballos de transporte, y por más seguridades que usted tenga de hallarlos en la costa, no hay que fiarse de ofertas de hombres oprimidos. Sigue entrando la recluta para Jos cuerpos de Chile y de los Andes, y sin duda para el mes siguiente tendrán una alta con– siderable: la falta de oficiales subalt<!rnos en nuestros batallo– nes, es irreparable en este país. La nulidad del secretario de hacienda en Chile, aumenta Jos conflictos en cuanto a plata, y éstos crecen a proporción que se van dilatando las garras del gallego Arcos y otros niños de la misma doctrina. Con todo, el Director se esfuerza de buena fe en pagar los dos tercios a los cuerpos de los Andes, y por más que se diga a usted de ésto, esté seguro que se hace lo que se puede. Han calmado un poco los rumores de la llegada de Alvear y Carrera a este país, y días ha salió un buque a cruzar sobre la isla de Santa María, con el doble objeto de esperar al Congreso, en que se dice vienen los pájaros y dar aviso si reconociesen aquella altura los buques que se esperan de España. Si se decide usted a tomar el mando de la expedición (sin cuyo requisito no hay nada), sentiría verlo emprender el viaje a Buenos Aires: Ja presencia de usted aquí, daría un nuevo ser a todo y Alvarado llenaría bien Jos objetos de la división. Es necesario que se observe ahora un empefio por la expedición en todos, incluso z., pero como el a lma de estos hombres es de otro temple, sigue marchando siempre los asuntos más graves a paso de sueco y luz de linterna. Si usted realiza su viaje a Buenos Aires, cuidado, por Dios, con comprometerse con alguno de aquellos jefes inconciliables rnn nuestro orden: vale más ninguno entre nosotros que mu– <:hos díscolos o ambiciosos. Es regular que decidida la expedi– ción, lluevan las pretensiones de los gamonales para venir al ejército. Usted conoce a todos y puede calcular si habrá alguno que llene el vacío del virtuoso general Balcarce. Repito que en cuanto a noticias del estado del país, me re-

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