La expedición libertadora

195 inoportunidad del movimiento de la escuadra fuera del Pacífico, inclinándose el Director Supremo a su opinión, creí no era pru– dente insistir en una empresa a que se me oponían los ejecutores y poco menos el que habría de dar el primer impulso. Era nece– sario ceder, porque además de las dificultades expuestas faltaban otros elementos indispensables para el buen resultado de la empre– sa que voy a exponer a V. E. La mayor parte de Jos oficiales de la escuadra y toda la tripu– lación extranjera han entrado al servicio con la esperanza de una campaña corta y lucrativa, contando entre las ganancias de esta especulación al botín que puedan adquirir en Jos pueblos en que lleguen a desembarcar, como se ha ejecutado durante el último cru– cero en las poblaciones de Paita, Huacho y otras, y cuya repetición no dejará de entrar en el cálculo de los mismos oficiales y mari– neros; por consiguiente, Ja variación del rumbo hacia el Río de Ja Plata alarmaría sin duda a la tripulación y produciría un descon– tento general, con peligro inminente de un desenlace trágico. La organización complicada de la escuadra es un escollo casi insupe– rable, y Ja moral de la oficialidad y marinería debe ser Ja primera base de nuestros proyectos marítimos. Por otra parte, todo este país tiene fija su vista en la escuadra, como la única barerra que contiene al Virrey del Perú, y por un clamor uniforme se pide la pronta salida de la escuadra al Callao a destruir la española y evitar la reunión de Jos navíos que vienen al Pacífico. Sobre este punto se ha declamado hasta en Jos papeles públicos según verá V. E. en El Telégrafo que tengo el honor de acompañarle y puede asegurarse que apenas el proyecto llegase a transpirarse, un sentimiento de desesperación inspirado por el te– mor agitaría todos los pueblos en Chile: los díscolos y enemigos de nuestras provincias inflamarían la multitud promoviendo especies contra el gobierno, y la discordia prendería en los momentos en que era preciso concentrarse para rechazar la incursión de las tro– pas de Lima, que atacarían este país tal vez antes que pudiese au– xiliarlo Ja división de los Andes existente en Cuyo. Si pudiera comunicarse a la masa del pueblo el genio reflexivo que debe presidir a los consejos del gabinete, o si el gobierno de Chile gozase de opinión y poder para sujetar a sus combinaciones meditadas el respeto de la multitud, no sería difícil imprimir en to– dos el axioma de que destruída Ja expedición de España en el Río de Ja Plata, la América del Sur se hacía superior a todos los peli– gros; pero V. E. no ignora hasta dónde alcanza la elasticidad de nuestros gobiernos en operaciones de tanto tamaño y que los pue-

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