La expedición libertadora

217 lo invadira sin duda por alguno de los muchos puntos de una fron– tera tan dilatada, luego que el ejército se aleje, o debo dejarlos ve– nir hasta la ciudad o si he de oponerles la débil resistencia de los cien granaderos del piquete, esta será la precisa coyuntura que aprovecharán los anarquistas del pueblo para monmoverlos, de– rribando fácilmente una autoridad que no tiene el sostén de la opi– nión ni el de la fuerza. V. E. sabe el estado de la provincia de Sal– ta, V.E. está impuesto del de la de Tucumán, e informado ahora de la de Córdoba, debe persuadirse que su separación se acerca tan pronto como se retire el ejército, sin que yo pueda oponer un re– medio probable en el sacrificio de mi existencia que sea fructuo– so al Estado. Todo el que observe de inmediato a los pueblos, co– nocerá con bastante exactitud el estado de la opinión. Los secta– rios de este federalismo inexplicable han olvidado el primer obje– to de nuestra revolución, desconocen los peligros que todavía corre la existencia política de la nación con respecto al enemigo común, y han declarado a la actual forma de gobierno un odio inextingui– ble, cuyo contagio se propaga de día en día y en razón directa de lo que disminuye la fuerza moral, también pierde su eficacia la física. Mientras los pueblos mantienen esta porfiada reacción, nada podemos contra el ejército realista. Es verdad que abandonándolos al delirio de lo que se llama montonera o anarquía, llll desorden general nos hará más impotentes; pero siendo cierto que ahora com– batimos contra dos clases de enemigos, ¡pudiera en la sabiduría del Congreso o en los consejos del gobierno hallarse llll medio que nos preserve de la ruina total a donde esta fatalidad nos encamina. Si el soberano Congreso y cuantos me conocen no tuvieran cierta– mente conocimiento de mi verdadera opinión en este punto, teme– r ía haberme avanzado, pero mis ingenuos deseos por el bien del país casi desolado, me obligan a informar a V.E. con sencillez y ver– dad cuanto observo y toco, esperando siempre sus supremas órde– nes para cumplirlas con toda sumisión. Dios guarde a V. E. muchos años. Córdoba, 30 de noviembre de 1819. Manuel Antonio de Castro. Es copia: lrigoyen.

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