La expedición libertadora
231 obra, a cooperar al último golpe contra el enemigo, sellando con él la gran carta de la libertad americana. Los periódicos extranjeros presagíaban este feliz momento y contaban con que las potencias de Europa se apresurarían a reconocer su independencia. El gobierno de Chile se felicitó por las noticias privadas, pe– ro seguras, que tuvo de la paz entre las provincias beligerantes. bajo el convenio de establecer pronto un gobierno federativo. Fué muy pasajero su placer, al instruirse de que han seguido nueva~· convulsiones peligrosas al espíritu público, y que aunque pare– cían haber cesado por un nuevo orden de cosas, se sabía que un hombre proscripto de la república chilena, por sus horrendos crí– menes, preparaba con anuencia del gobierno de Buenos Aires una expedición par-a venir a introducir en Chile la anarquía. La república de Chile, cimentada sobre las firmes bases de la opinión de sus virtuosos ciudadanos, defendida por un grande ejército y una respetable escuadra, rica de recursos, no está en el caso de temer a ese miserable. Sólo puede sentir el tener que verse en la necesidad de desmembrar las fuerzas de la expedición libertadora, para contenerlo y escarmentarlo. En tal evento no puede estar tan segura del éxito de la expedición, cuando sin aquel incidente parece infalible, según los mejores cálculos polí– ticos. Sin embargo de la seguridad aparente de dichas noticias, yo debo vacilar justamente en su ascenso, y tengo la mayor dificultad en concebir cómo puede ser que en los preciosos momentos de dar fin dichoso contra la contienda de la tiranía, seamos nosotros mismos los que lo paralicemos, proporcionando al enemigo ago– nizante unos medios que no podía esperar para renovar la gue– rra de un modo que le sea tan ventajoso como funesto e irrepara– ble a la América. ¿Será creíble que los americanos manchemos con tal borrón las brillantes proezas con que hasta aquí hemos admirado al mundo como defensores de la libertad? Si tal cosa sucediese, nuestro nombre se haría execrable a la posteridad; ja– más dejarían nuestros descendientes de maldecirnos justamente. y las naciones cultas nos mirarían con tal desprecio, que olvida– rían la idea de coadyuvar a la libertad americana. En una pala– bra: no debíamos pensar ya sino en ser eternamente esclavos del amo más cruel.. Ese pueblo guerrero, entusiasta de la libertad, émulo de Gre-
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