La expedición libertadora
277 los limeños fueran a ella contentos sin pensar en el riesgo que les amenazaba. Ocuparíamos la ciudad y los limeños no intermmpirían el curso de sus placeres. La segunda clase es de los provincianos que entran y salen o se hallan avecindados. Son éstos de más fibra, reflexivos y adictos a nuestro sistema, y los únicos con quienes se pueda contar. La tercera clase es la de los europeos que llegará al número de cuatro mil escasos, y útiles como dos mil quinientos. En éstos como el mayor número es del comercio y se halla sumamen– te gravado ha entrado el descontento. Vacilante en su sistema, y por lo que yo he observado se mantienen realistas, no por amor a Fer– nando ni a la península, sino porque creen que es imposible su con· solidación con los americanos. Los principales ya conocen el riesgo en que se hallan y no dejan ele manifestarnos entre velos las dispo– siciones de su ánimo para entrar en partido. Estoy cierto que don Pedro Abadía director de Ja casa de Filipinas y cuatro o cinco po· derosos comerciantes no sólo seguirán nuestro sistema sino que harán prosélitos y formarán revolución siempre que se les asegure sus personas y bienes. La cuarta y última clase es de los pardos y morenos, la más abundante pero sin sistema y seguramente enemi– gos de los europeos y muy adictoi¡ por Ja educación a la gen te del país. Todas estas clases reunidas y entre ambos sexos forman el nú· mero de más de 100.000 habitantes, de Jos cuales con las tres par– tes puede contarse a nuestro favor y una y media es decididamente patriota. No harán por sí nada; son incapaces de todo movimiento propio y aptos únicamente para recibir impulso exterior. En una palabra, en este país, en donde brilla en sumo grado la literatura, los hombres no tienen otra disposición que para obedecer a cuales– quiera que los mande. CAPITULO 111 Del estado de las provincias interiores y de lo que de ellas debemos esperar. La provincia de Arequipa es muy vasta y sus pueblos sepultados en la inacción son agricultores, no tienen fuerza alguna, y con sólo la intimación se rinden, ocupada su capital. Esta constará de cua. renta mil almas y en el mayor apuro no puede poner mil hombres armados. El trato que conviene a esta gente es el de dulzura, y ha· cerles concebir esperanzas de engrandecimiento. La nobleza es vi– tanda y especialmente todos los Benavidez, dispuestos a cualquiera
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