La expedición libertadora

306 nías generales, para que envíen al Cuzco, Quito y otro lugar pro– porcionado un número de diputados compuesto de los sujetos más dignos y sabios, a fin de que en este congreso respetable, se discuta y delibere sobre la forma de gobierno que conviene a di– cho territorio. No puede omitirse en este lugar la observación de ser preferible la forma de gobierno que conserve la armonía en– tre los americanos, a otra bizarra pero que produjera una discor– dia funesta. La primera prevendrá las guerras interiores de nues– tro continente, y la segunda Ja producirá, y aumentará infinito. Si hojeamos Ja historia de la Europa, hallaremos que la ninguna simpatía y analogía de las diferentes naciones que Ja pueblan, ha sido el manantial de diferencias que Ja han tenido siempre en un estado de guerra consigo misma, o más claro, las rivalidades de aquellos pueblos y las pretensiones de sus reyezuelos son Ja cau– sa de gue veamos a Ja Europa convertida en un vasto campo de batalla las tres cuartas partes de cada siglo; 21~ Entretanto llega el momento de reunir ·esta gran asam– blea, todos los gobiernos serán provisorios, porque siendo así que la independencia de este continente ha de venir a resultar de los reciprocos auxilios que se dieren sus hijos, es indispensable que con anuencia de todos se establezca el régimen perpetuo que ha– brá de conservar en toda su integridad las relaciones de origen, idioma, religión y costumbres que han producido su emancipaciórl' sin auxilios de afuera. Ninguna sección, pues, de este territorio podrá separarse por el antojo de un <Jmbicioso. La ley imperiosa de proveer a su propia seguridad y conservación obligará a las demás a hacerlas entrar de grado o por fuerza en el sistema ge– neral. La Europa concluyó su revolución por un congreso de re– yes y emperadores a cuya decisión se sometieron todos Jos inte– reses. La América terminará Ja suya por otro de h ermanos a cuya dirección se someta nuesta gran familia. Necesitamos, en verdad, de un gobierno nacional, porque otro cualquiera estará en cho– que con las luces del siglo, pero al mismo tiempo tenemos la ven– ta ja de poder indicar Jos gobiernos que han existido en el mundo más recomendables, a saber, el de Inglaterra y el de Jos Estado<; Unidos; éstos deberán ser únicamente Jos modelos. La dificultad consiste en discernir cuál de los dos es más conforme al estado actual de nuestras luces, nuestras costumbres y aun de nuestras interesadas preocupaciones. Averiguado ésto, que el que se llama menos perfecto de estos dos gobiernos h a producido el más per– fecto, quiero decir que el de Inglaterra es el padre natural de !os

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