La expedición libertadora
310 como es consiguiente, lo hace perverso; véase su conducta en los pueblos que manda: hoy día los veja cual pudieran Pezuela y Ramírez, no obstante que cuando tomó las riendas les prometió reformas que contribuirían a la felicidad general. Para dar una idea concebible y sucinta del carácter de ese general, diré que su cabeza es más potente que su corazón, y que estando poseído de muchas teoiias, ellas mismas le conducen a practicar menos y con menos resultados favorables, que cualquier hombre no tan espe– culativo pero más resuelto. La ambición no lo domina, pero no obstante la propensión general a ser esclavo de esta dominante pasión, su cabeza es harto limitada para concebir otra felicidad que la que puede proporcionarle una medianía de facultades en general. Ricafort es bastante conocido, pero no obstante, añadiré que su primera educación fué demasiado corrompida para que una sana moral fuese el agente de su alma. Entró a servir en un cuer– po ligero siendo muy joven, y hasta la guerra con Francia, sus trabajos militares se redujeron a perseguir malhechores y con– trabandistas; educado en esta escuela adelantó en la ciencia de la depravación; el monopolio, madre común de sus alumnos, la embriaguez, la doblez, el juego, en una palabra. todos los oficios más degradantes y menos corregibles. La doblez particularmente le es característica, y para adquirir su opinión pública no perdona medio alguno, y el favorito es el de los convites; las mujeres lo dominan sobremanera, y son notorias las infamias que ha hecho imbuído de una pasión. La adulación o la bajeza en el trato tie– nen mucha cabida y ejerce estas indecorosas pasiones con descaro y sin distinción de clases. Su espíritu es bien limitado para estar sereno al frente de sus enemigos, y esta es la opinión general en la oficialidad y tropas de su ejército. Su inhumanidad Ja hizo pa– tente en La Paz y Cuzco: derramó sangre inocente. al mismo tiem– po que enajenó propiedades y vendió por el vil y despreciable metal la vida de sus semejantes. Trata de irse a Ja costa porque no le gusta esa comedia, y hasta ha escrito una carta al virrey diciéndole que si no encon– traba destino que darle fuera del ejército, sería su portero. Serna lo conoce bien. Olañeta, y nadie mejor que los americanos pueden dar una idea completa de este ser degradado, del ludibrio de la especie humana: ésto supuesto, me limitaré a decir, que en el día ejerce
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