La expedición libertadora
409 eran y venían de Chile, y deseamos sus noticias que consideramos felices. ¡Pero hay! no nos trae mas de la muerte, la muerte misma, para todo el que vive en esta América, tal es la noticia de San Luis, y por ella la no venida de la Expedición tan de pronto. En efecto jamás se ha notado un trastorno tan general como inespe– rado y súbito: desde ese momento todo se convierte en un triste luto; sin esperanza ya, y mil soldados del Rey al llegar ¡y estar todos tan comprometidos! En tal angustia el señor Almirante dá aun un pequeño consuelo, esto es que sin embargo vendrá aque– lla; a los dos meses; y la propuesta de querer dejar en Supe .fiasta. 100 soldados y dos mil fusiles, comprobó este pequeño consuelo, y también la compasión que tenía, de la costa por lo que los alivia– ba con ese respaldo, estando también satisfecho que, según la ad– hesión, con algo podría hacerse mucho, mientras venía dicha ex– pedición. Esta oferta aunque escasa en soldados, por no ser posi– ble mas, según Jo hizo ver el expresado señor, no fue posible tu– viese lugar entonces por ser tan corto el número de ellos, y porque no habiendo militar pericia en estos, que se veían ya casi atacados por la tropa del Rey, que ya se contaba en camino, se exponían a ser víctimas ellos y sus familias, sin conseguirse cosa alguna; pero la protesta de aquel señor, y aceptación por uno que otro tan incauto como ciego, fué la que ocasionó la ruina total de esos pueblos. Noticiosa la Escuadra de la cercanía de tropas del Rey pronta– mente se retira: llegan en efecto mil soldados de estos, y desde ese momento comienza un comercio de males que es difícil ex– plicarlo: como después se ha tocado a desgracias, no se oyen ya mas que lamentos. Hombres, mujeres, chicos, grandes de toda es– pecie, en fin, todos corren para el interior, dejando los pueblos solos, pero en ellos sus pobrezas. Para ahorrar palabras; el jefe que dirigió esta tropa, llevaba orden de convertirlo todo en ce– niza; orden que la han visto varios, y orden que ha causado los mayores crímenes, contemplándose por ella, y por sus agentes, que los mas fueron europeos ¡qué maldades no se harían! así es que muertes, destierros, persecusiones, hurtos y toda especie de mal– dades, que· no es posib le las diga porque me harían muy largo, fué el mas triste resultado de esos días tan alegres; no hay b estia que no se lleven, en fin en día de juicio se convierte todo: no se oyen mas que clamores, lamentos, lloros; ruegan, piden venganza al cielo, más todo se hace de valde; pasan los días y aquella e~peranza de solo dos meses les dá aliento y los consuela. Mientras que la costa padece de esta manera, Lima llora desesperada, ruega que corra el t iempo ligero para corresponder con la muerte a to-
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