La expedición libertadora

42S mismo modo manifestado que dicha rem1s1on es fácil por el pe– queño costo que ha de tener, y cuando fuese al contrario, que de– bía empeñarse Ja venera, como dicen, para realizarla, pues de ello resulta no solo el consuelo y redención de esta América; sino la quietud, reposo y tranquilidad de esos Estados, y de consiguien– te el auxilio del Perú que le trae un sin número de ventajas que no pueden calcularse; que conquistado éste, en el momento los tres Estados son reconocidos por independientes de las demás nacio– nes; mientras que si no se conquista en el acto, y se dá un poco solo ele espera, infaliblemente amaga y aun suceden males inexpli– cables a aquellos, hasta perderse la libertad en el todo y volver a ser nuevamente esclavos; gritándolo así lo que ha sucedido, está sucediendo y puede suceder, cuya contemplación más que nada re– comiendo, como que su ejemplo y la posibilidad que hay para to– do, mucho más en un Reyno que tiene o puede tener aliados bien poderosos con las ventajas que ofresca España a algún otro Rey; que es fácil el que se acepte, pues no faltan ambiciosos, los que nos pueden hacer mucho mal causado solo del tiempo; habiéndose probado digo todo esto, como los bienes infinitos que resultarían si se remitiese, como deben de remitirse, una de las dos expedicio– nes, por la necesidad absoluta e indispensable que hay de que se ejecute, por ser infinitamente preciso, y porque se ha hecho ver a cuanta luz se apetcsca, no ser posible dejarlo de hacer por nin– guna exposición, n,ingún riesgo de allá, pues ninguno es compa– rable con el que asoma a esos Estados si eso se demora, y por fin, que sin rendir en el día al Perú todo es perdido, que para rendir– lo, es preciso aun exponer aquellos mísmos Estados; pues, si se perdiese supongo alguno de estos como nos hubiéramos hecho de este gobierno, fácilmente nos volveríamos hacer de aquel; más si se perdiese aquel mismo sin tener por nuestro al Perú, se acabó la libertad para siempre; sí después de tanto, tan probado y tan manifiesto, que no deja lugar a la réplica, no admite duda la más pequeña, ni es posible menos de hacerlo, saliera alguno a contra– riarlo, o siquiera lo pensara; ¿qué dijéramos, cómo o qué nom– bre podríamos darle, cuando se opusiera a esta tan justa como santa remisión? ¿y qué castigo puede dársele cuando el pensar solo en oponerse a la remisión sería un delito de alta traición? ¿Qué pena merecería cuando en asunto de tanta importancia sin contrapesar los riesgos, se decidía a oponerse en contra de no ser conveniente; exponiendo razones, que esto está bien seguro, que aquello es primero, fundándolo con expresiones capciosas, vagas, pero sofísticas en que hace ver esperanzas tan falsas como des-

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