La expedición libertadora
442 qms1ciones, sino hacer mi vergüenza tanto mayor, cuanto es más fuerte el convencimiento propio del que se apoya en ajeno dicho. Yo se que tús has subscripto esta carta fatal, que la has arrojado en nuestras costas, y que maldices al pueblo de Dios con unas palabras que no salen de tu corazón, sino que ha pues. to bajo tu nombre el espíritu de Ja división y del libertinaje. Sí, lo sé: y éste es mi triste y pequeño consuelo. Sé que el hombre no pasa a Jos grandes crímenes con pasos tan veloces: que las serr.illas del honor y de Ja religión no se destruye en un momento, y que para ser un irreligioso por convencimiento, es fuerza ll~gar a este término fatal por largos crímenes. No te juzgo tan desgraciado, porque no puedo juzgar que se consume en el corto tiempo en que faltas de nuestra familia, una carrera que para correrla es forzoso otro mucho mayor. Júzgotc seducido, o más bien te creo deslumbrado con unas fantásticas prosperidades que te han ofrecido esos gobernadores que, impotentes a con. vencer tu espíritu, quieren apoderarse de tu corazón con unos bienes efímeros, que ni pueden ni quieren concederte, sino para que representes en su farsa un papel que les es preciso para completar la ilusión teatral, con la que se sostienen a la faz de un pueblo que tienen tan engañado como a tí. Sí, hermano; fal– tábales un ministro del santuario para que hablase al Perú y quieren hacerte entender que tú puedes y debes hacerlo. Para ello te revisten con aquellos trajes que han conservado del legí– timo gobierno, de que han adornado a otros muchos, y de que los han despojado con burla y aun con desesperación, cuando han juzgado ya que son inútiles sus esfuerzos. Llámaste capellán mayor de la escuadra del estado de Chile, y canónigo de la santa iglesia de Concepción. Reflexiona, si acaso te lo permite tu acaloramiento, en estos dos títulos; y te aver– gonzarás de haber permitido que los estampasen después de tu nombre. Da un paso atrás y mira lo que fuiste. Cura castrense de un regimiento. Tenías una institución canónica por tu legíti– mo prelado a quien en su persona, y Ja de sus sucesores juraste obedecer, cuando recibiste e() sagrado carácter del sacerdocio. Acuérdate de aquel momento en que le prometiste a Dios en .las manos de tu obispo, que nunca dejarías Ja bandera en gue tuiste numerado, y que por esta promesa extendió sus manos sobre tí. Los extendió, y te hizo parte de su clero. Sabes también que cuan– do abandonaste tu destino sin una licencia para ello, desertaste de la miiicia en que estabas numerado, que violaste tu juramento, y que te hiciste acreedor a las penas que tiene establecidas el derecho con tales infractores. Sabes que eres un apóstata, y que
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