La expedición libertadora

443 nadie puede absolverte de este delito, sino el juez que debe juz– garte. ¿Y quién es éste? Tú no lo ignoras. También sabes que en el estado en que te hallas no hay una autoridad que pueda co– nocerte en tu casa, y que de consiguiente pueda desatar el lazo' que te liga. Bien conocen esta verdad y sus consecuencias los go– gobernadores de Chile. No han olvidado Jos primeros rudimentos del derecho divino y eclesiástico, y saben que un após tata no puede ejercer las funciones del ministerio, sin que sea restituído al s~ no de que huyó. A pesar de estos conocimientos, te llaman cape– llán mayor de su armada, y canónigo de una iglesia. Considera, pues, cuál será Ja religión de unos mandones, que tanto se decan– ta en la carta que subscribes. ¡Un apóstata nombrado capellán mayor de una escuadra, y canónigo de una iglesia! ¡Qué títulos! Avergüénzate al considerarlos: y llénate de más confusión al sa– ber que aquellos mismos que juzgas te honran, han puesto a Ün sacerdote católico bajo las órdenes de un almirante protestante, sino ateo, en unos buques mandados y tripulados por hombres de todas sectas, menos la católica, que hacen profesión de burlarse de Jos ritos y ceremonias de nuestra religión sacrosanta. Con– sider a, si eres desgraciado que a su vista ofrezcas un sacrificio: considera, digo, cuantas profanaciones, ya por tu parte, ya por la de aquellos de quienes no puedes ocultarte en la pequeña ex– tensión de un buque. Yo me horrorizo: y querienao seguir ma– nifestándote las tristes consecuencias de tu desgracia, la pluma se me ha caído de la mano, y el papel en que escribo está em– papado con mis lágrimas. Vuelto ya del enajenamiento que me ha causado el más justo y activo de todos Jos dolores, tomo en mi mano tu carta. ¡Ah! Ojalá jamás hubiese llegado a ella, y no tendría este torcedor en mi corazón. Dices que deseas llevarnos a ese país privilegiado por la naturaleza. Lo es, y nadie Jo ha negado jamás; pero tien– de tu vista sobre él, y compara su actual estado con aquel que tuvo bajo el mejor de Jos gobiernos. Mira sus fértiles campiñas cubiertas de una maleza estéril y perjudicial, y pidiendo aquellos brazos que en otros tiempos hacían la a bundancia . Mira sti comercio paralizado por Ja falta de las expo)'taciones de sus fru– tos, y llorar en la miseria los que hace pocos años se reían en la abundancia por dar lugar al furor de una guerra asoladora: y mira en fin Ja desesperación de aquellos que han perdido sus for– tunas, sus trabajos y su sangre. ¿Qué puedes ver que más te ho– rrorize? Tú lo has visto sin duda: pero los gobernadores de Chi– le quieren decirnos a tu nombre lo contrario, y pintarnos bajo la firma de un ministro de la verdad el mayor de las engaños.

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