La expedición libertadora

444 Aunque las noticias más fidedignas que se nos comunican de aque1 desdichado suelo no mereciese nuestro crédíto, ¿cómo negarnos a los testimonios de muchos que han salido de él contigo, y que se han acogido a esta generosa ciudad buscando en sus habitantes los consuelos que les niegan los que los han conducido aherro– jados a derramar su sangre en defensa de la más injusta de las causas? ¿Y tú pretendes destruir tantos y tan elocuentes testimo– nios? ¡Ay, desgraciado! Qué mal puede sucederle más terrible a un ministro del Dios de la verdad, que verse públicamente des– mentido por aquellos mismos a quienes él debe enseñar a hablar– la. Te desmienten, sí, las cartas de Chile, te desmienten los que te han acompañado hasta estas costas, te desmienten aquellos mis– mos que han mandado imprimir a tu nombre esa carta de sedi– ción, y al mismo tiempo que se burlan de un ministro del san– tuario, hecho el juguete de sus odios y venganzas, te desprecian; porque ni aun el malo astuto sabe apreciar al pasivo instrumento de su malicia. Entretanto lloramos tu desgracia, y conocemos con una triste experiencia, que en vano nos pinta sus felicidades, y nos convida con ellas qui-en es el más digno acreedor a nuestra compasión, por verse obligado a aparentar todo lo que no ve ni siente. Dices que la religión se ostenta en Chile en toda su grandeza. Yo permito que los actos exteriores de religión estén no sólo pro– tegidos, sino aun mandados por el gobierno. ¿Más por ventura este permiso, o bien el precepto de religión es un argumento de que los gobernantes son religiosos? No, hermano. Los goberna– dores de Chile saben muy bien que su existencia sólo duraría hasta el día que quisiesen impedir el culto y prácticas religiosas a un pueblo que ha profesado siempre una religión. Todos los tiranos han sostenido el culto del pueblo, y cuanto más irreligio– sos, tanto más han aparentado profesar la religión. Esta política de todos Jos tiempos quizá habrá sido adoptada en Chile; pero· sus mandones no pueden negar unos hechos que se manifiestan su irreligión. Ellos han desterrado de la capital al Ilustrísimo obispo con la parte más venerable de su cabildo, haciéndole atra– vesar la cordillera, no sólo privado de todo auxilio, sino tratado con el más alto desprecio. Han ocupado sus rentas, y vive en Mendoza en una prisión tan estrecha, que se le ve con horror ce– lebrar el santo sacrificio de la misa cercado de bayonetas. Los curas más celosos, Jos religiosos más ejemplares han sido igual– mente expatriados, y les oímos referir los modos de ignominia con que han sido privados de sus cargos. Los regulares se hallan sin prelados legítimos, pues los provinciales canónicos ora están ex-

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