La expedición libertadora
445 patriados o han sido depuestos con sola la autoridad de los jefes militares. Aquí tenemos a los provinciales de San Francisco y la Merced, y los de las demás religiones están en ese reino depuestos de sus cargos. Los templos han sufrido las más escandalosas pro– fanaciones. Si acaso sabes la conducta del ejército de Chile cuando se retiró de la Concepción, olvidarás la de los asirios en J esusalén. Iguales profanaciones se han visto en Santiago, y la casa de ejer– cicios que fué de los regulares. de la compañía es un testimonio de esta verdad. El general San Martín la convirtió en parque de artillería. Aquella capilla tan venerable fué profanada hasta el extremo de servir de habitación al sacrílego fray Luis Beltrán, re– ligioso francisco, y hoy coronel de artillería, que tuvo el escanda– loso arrojo de poner su cama en el lugar mismo donde estuvo el altar. Cualquiera regular que quiera vivir en libertad, se alista en los ejércitos de la patria, y sus ba tallones numeran muchos pro– fesos en órdenes religiosas. El sacerdote que quiera prostituir su ministerio es elevado, y deprimido el que lo sostiene con dignidad religiosa, y de esta verdad eres tú un triste ejemplo. Considera cómo estará en Chile la religión cuando un apóstata ha sido hecho capellán mayor de su armada, y canónigo de una de sus iglesias . ¿Pero a qué referirte más hechos? Tú no debes ignorarlos, y estar convencido de que no puedes engañar a un pueblo religioso que tiene comunicaciones con Chile. En fin, hermano querido, sabemos que sufrimos, que Dios irritado por nuestros pecados ha dado triunfos a Chile, como en otros tiempos los dió a los filisteos contra Israel; pero también estamos penetrados de que estas ligeras amarguras son las mani– festaciones del amor de un Dios que castiga a quien ama, y que sabe volver el azote de su justicia contra el mismo que nos hiere con él. Sabemos que hemos sido, y que tal vez seremos probados más y más en el crisol de la tribulación; pero que nuestra con– formidad y el valor de nuestros defensores nos dará un día de gloria. Y tú, querido hermano, que cual otro Abiathar sigues el partido de un hijo rebelde contra el mejor de los padres, deja, deja ya de aumentar mi dolor con una conducta tan distante de un sacerdote del Dios de la paz. No prestes más tu nombre para es– critos que hacen tu mayor oprobio. Vuelve a los brazos de un pa– dre amoroso, que como el más santo de los reyes llora tu desgra– cia sin sentir la pérdida de un hijo desnaturalizado. Llora, llora en esa Babilonia en que has hecho tu voluntario cautiverio, no nuestras desgracias, sino las tuyas; que yo te ofrezco mis oracio– nes delante de los altares de Lima: de Lima, en donde la religión
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx