La expedición libertadora
448 Sin duda eres algún vizcaíno de los nobles sin nobleza cuando has creído que me honras con llamarme hermano y compañero; pero, aprovechando tu advertencia, ni me ha turbado ese honor, ni creo me lo tributa otro yo en mis sentimientos. Sé muy bien que los tiranos y sus satélites han honrado siempre a los ame– r icanos con injurias, como se honra en cierto lugar de Africa a los embajadores con varillazos. Sé también que no puede ha– ber fraternidad, amistad ni compañía, donde no hay conformi– dad de ideas, los mismos sentimientos, y un interés igual. Si preguntas, pues ¿qué nombre me has de dar? te r esponderé lo que a igual pregunta de Sexto Pompeyo respondió Vetio Scaton general de los marsos, tu amigo por inclinación, y tu enemigo por necesidad. Al genio suave y hospitalario de americano, se agre– gan mi sagrado carácter, y el patr iotismo, que sólo tiene por enemigos a los que quieren serlo, como tu. ¿Por qué hiciste sino pública tu carta, y no me amonestaste en secreto, como encarga a los hermanos con autoridad de San Agustín el capítulo si pecca– verit 19? ¿A qué llamarme hermano y compañero, sino para herirme más a tu salvo, y aumentar con esa burla el insulto? Envidioso Caín procuras asesinar la inocente Abe!; y entre tus reyes, matando un Fernando a su hermano don García: Friola o Fruela expirando a manos de un hermano, y muerto el mismo por otro; te han nivelado la conducta que observas conmigo. Yo te la perdono porque soy cristiano y muy acostumbrado a perdo– nar a los tuyos· Te amo todavía porque vivo tranquilo bajo banderas; el que es feliz jamás aborrece. Pero cuídate de abusar otra vez de esta mansedumbre cívico-evangélica, porque serás el único réprobo en el juicio político que se acerca. Aprovecha este nviso, y si deseas arrepentirte como Manases, y nó ser obstinado como Naval, sigue leyendo. Aunque has visto en mi proclama que el odio a la tiranía Y el procurar la libertad del Perú estimularon mi ausencia, tu quieres sea efecto de la miseria que no supe vencer, y en seguida me llamas como el hijo pródigo, seguro de la ternura paternal que me estrechará en sus brazos, y del placer que daré a mi angus– tiada familia. Si por miseria entiendes la esclavitud, ésta es la primera verdad que h abrás hablado en América; pero si aludes a mendicidad, has querido seducirte y seducir. Sabes de propia experiencia que ningún sacerdote mendiga en el Perú. Sabes que era capellán castrense, y tenía lo bastante para mí y para otros. Sabes que Pezuela ha confiscado ahora mi hacienda Pi· chusa con mi estancia Quilliamarca en Huamalies, cuyos produc– tos jamás fueron a España a pretensas simoniacas. Me aplicas,
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx