La expedición libertadora
454 te, habrías sabido que aun para incurrir un religioso en aquel cri– men, es preciso que haya abandonado sus claustros con ánimo deliberado de no regresar. Pero yo, que salí esclavo para volver libre: yo que, como Cicerón en Formía, había examinado, y hallé que un hombre de bien no puede permanecer en su patria, cuan.., do ésta se halla tiranizada: que para recobrar la libertad se debe uno exponer a todo género de peligros ¿seré reo de tu mal enten– dido crimen de apostasía? No busca asilo en otro país el que vive seguro en e'l natal: no se entiende abandonado éste, cuando se sale con seguridad de regresar. Los derechos divino, natural y civil, jamás hicieron crimen por la fuga de los peligros; si fuéreis perse– guido en una ciudad, huid a otra, dice el evangelio. Por estos principios sólo podrías calificar de apóstata a1 ilus– trísimo obispo de Concepción, cuando por la vez primera desam– paró su diócesis: a los canónigos y clérigos de aquélla y ésta. diócesis que se mudaron antes de hermosear a Chile las bande– ras de la patria, y que por lo mismo no estaban perseguidos; a tal cual religioso, y especialmente al franciscano Cosme (a quien negó Chile la carta de ciudadano), quien cargó con los sellos, or– namentos y alhajas de su convento. Sabe de paso que este no era un provincia.! canónicamente electo, sino un intruso, como lo pro– bó el ilustrísimo señor Rodríguez en un circunstanciado informe que he visto. El de la Merced de quien también hablas, no ha fu– gado de Chile, sino que llegó a Lima de r egreso de España. La absolución canóni~penitencial, con que me invitas, será cívico-marcial en breves días. La fiesta ha de ser de las más solem– nes. Me figuro que un pueblo inmenso, mostrando festivo sus que– brantadas cadenas, será espectador: que un gobierno nuevo, re– público y liberal presidirá, teniendo una corona de laurel en una mano, y la balanza de la justicia en la otra: que entonces me acer– caré yo cubierto con banderas de d&ble y triple color, llevando por padrino al Washington del sur, cuyas sienes orlará aquella bien merecida corona: que en la balanza se pesarán los servicios en pro y en contra de la patria; que uno serán por premio hijos bené• merltos, y otros sólo tendrán por castigo el dolor de no serlo. Irán diferentes músicas para solemnizar ese acto augusto: arti– llería de todos calibres para repetir las salvas, y por entre dos fi..; las de nuestros bravos libertadores marcharemos de Lima al Callao a bendecir en manos del honorable lord el tridente de Nep– tuno, y mandar a Chile en alas del viento el primer homenaje de nuestra gratitud al genio tutelar que lo dirige. Perdona, si al atravesar el espinoso campo de tu carta, me he detenido a oler de estas flores, que encontré de paso: y oye una
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