La expedición libertadora

463 Jos mártires, y su sangre fué la sen;¡illa indestructible de su propa– gación. Del mismo modo, nuestra constancia es la mejor prueba de la justicia de nuestra causa, y la sangre derramada, y tantos sacrificios hechos y dispuestos a hacer, son Jos garantes de la en– tera libertad de Colombia. Ve si habrá hombre libre que quiera ser esclavo: si habrá quien se niegue a exponer su vida por salvar la patria, cuando así cumpbe su deber y sube desde el campo de ba– talla al Empíreo. No tengas por nueva esta doctrina, que no es mía. Sin contar con Tácito, que haoe justa la guerra en los que se ven precisados a ella, y obra pía las armas en los que sólo de ellas pueden todos esperar. Sin contar con Cicerón que daba un lugar de. terminado en el cielo a los que habían muerto por la patria, como también tengo las leyes de partida que mandan morir por ella y no ordenarían un acto de condenación; tengo en el mismo decreto un ca– pítulo canónico en que el pontífice León IV asegura la gloria a los que mueren por la fe o por la patria; tengo a Santo Tomás quien reconoce por rr.ártir al que padece por cualquier obra bue. na, aunque no sea la fe; y no negarás que es buena obra defender la patria, como obligatoria por derecho natural y divino; tengo en fin ejemplos en la historia sagrada, que celebra la acción de Elea– zar, hijo de Saura, sacrificando su vida bajo el elefante, que mon– taba Antioco, para dar muerte a éste y salvar su pueblo: la de Sansón, derribando las columnas del templo para que muriesen los filisteos, aunque sabía que igual suerte le iba a tocar. Ve, pues, si yo temeré morir por mi país natal, y si tú por tu consejo no merecías ser apedreado como el ateniense Cirsilo, que propuso a sus conciudadanos someterse a los persas. ¿Cómo de. jar el reinado de la justicia por el de la iniquidad? Cómo volver a un gobierno donde las víctimas y los testigos no se atreven a dejar oir una queja? Allí hasta el dolor debe ser mudo, y sorda la pie– dad. No, falso hermano: mi corazón se ha engrandecido en el país de los libres. Qurero morir por mi patria, que contribuir a escla– vizarla ('!). La libertad es de tanta ventura que a ningún precio es cara; la dulce fruición de ella por un año más vale más que ciento de esclavitud. Desiste, renuncia para siempre del bárbaro intento de seducir ni a mí ni a otros; nadie deja el objeto amado para unirse al aborrecido. Abascal, que solía acertar en sus fatí– dicos cálculos, cuando estaba en ayunas, dejó escrito: esta divini– dad (la libertad) se ha erigido altares en los más de los corazones. (1) Tal fué la respuesta de Leónidas a Xerxes, que le 0frecía el imperio de Grecia, si quería someterse.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx