La expedición libertadora
497 fatiga debía indispensablemente sucumbir su natural robustez y perder la especie infinitos individuos, que con una vida menos agi– tada se habría propagado con el tiempo hasta el sumo. Por otra parte la miseria, el abatimiento el hambre, la desnudez y Ja ig– norancia de los remedios conservadores, y restauradores de la sa– lud, de cuyos conocimientos y aplicación se les privó con estudio, eran otros tantos medios de despoblar el país conforme a los pla– nes del gabinete español. Más no bastaba arruinar la .población. Ella, aunque fuese pe– queña, era siempre muy superior al número de los tiranos, y ha– bría sido fácil sacudir s u yugo con una corta luz sobre los propios intereses. Fué, pues, forzoso destruir también la fuerza moral. Cons– tituídos los indios en la clase de menores, privados del derecho de propiedad a que naturalmente aspira el hombre desde que sa– be trabajar; hechos autómatas delante de sus amos por hab erles negado el idioma, esclavizados rigurosamente por blancos, y aun por negros, hechos tribu tarics absolutos de los eclesiásticos, que no les han ·enseñado otra religión que misas, procesiones y alferaz_ gos; entregados al hambre, a la desnudez y el abatimiento, era pre– ciso que se borrase de entre ellos toda idea de libertad, y de Ja dignidad del hombre. Así es que, formada la ignorancia, y la po– breza, ccn el hipócrita pretexto de compasión, han llegado a ser los indios Jos seres más humillados del globo, unos rebaños de ovejas, que no osan levanta r los ojos a presencia de sus domina– dores. Legislación de Indias ¿quién es el que te llama sabia? ¿quién te califica de cristiana, piadosa y benéfica? Sólo el insen– sato, que, fijando la vista en la corteza de las palabras, no ha pe– netrado tu substancia, y espíritu: sólo aquél que, muy distante de saber las intrigas, y manejos de los gabinetes, tiene por oráculos las resoluciones de la corte; sólo aquel que cree que es un deber de religión, y bajo culpa mortal obedecer sin réplica la nación en– tera a los caprichos de los reyes, y besar la mano del tirano que la aniquila . Es sabia desde luego la legislación; pero no a favor nuestro, sino para la península; pues sólo con ella podía España conservar tanto tiempo América, que por sus crueldades, por la distancia, y por el equilibrio natural de las naciones no debía h a– berle pertenecido . Poco mmos desgraciada ha sido la suerte de los americanos blancos. Aquí es preciso descorrer el velo que cubre nuestra igno– rancia, y en nuestros propios defectos sacar a la luz la negra polí– tica española . Engendrados en la mayor part~ por españoles gro– seros, e indolentes, no hemos recibido más educación física y mo– ra! que para vegetar en el ocio, debilitar nuestros cuerpos, avivar
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