La expedición libertadora
499 La casta etiópica de la costa, introducida por la codicia, y qui– zá más por la política española, forma entre nosotros un tercer cicmento de nuestra degradación. Ella, propagada en número con– siderable, y a un superior en Lima al de los blancos, tiene tal pre– ponderancia física, que se hace justamente temer, por cuanto su misma condición, y trato que se les da, los constituye enemigos nuestros, y dispuestos a comprar su libertad al precio de nuestros bienes y sangre. A ella, no se le puede ilustrar por ahora con máxi– mas liberales, sin el peligro de un trastorno fatal del orden, y rui– na de Ja agricultura. Los europeos, enlazados con las mejores y más opulentas fa_ milias a consecuencia de nuestras viles preocupaciones, han tenido tal vez la principal parte en nuestra humillación. Hechos dueños de los caudales y del comercio, han dejado a los del país abando– nados a su propia fortuna, que, sin fondos, ni protección, jamás puede ser tan brillante como la de aquéllos. Estimados con prefe– rencia por el bello sexo, a causa de crearse entre nosotros, que con sólo ser españoles son nobles, han dominado casi individualmen– te las casas, y hecho dependientes de ellos nuestros intereses; re– sultando de aquí que sin chocar con nuestras madres, hermanas y parientes, no podíamos pensar libremente, ni menos tratar de nuestra emancipación, por oponerse ella al bienestar de sus rela– cion: s favoritas. Cuatro castas respectivamente dominantes, tan diversas en su origen, costumbres y sentimientos, tan contrarias en sus intere– ses, constituyen al Perú en un estado de guerra perpetua, por no poderse conciliar unas con otras para un sacudimiento sin una catástrofe sangrienta y exterminadora, que desolase el país en vez de hacerle feliz. Siguiendo el orden actual, se desterraría para siempre de este suelo Ja uniformidad de ideas y relaciones recí– procas de amistad y unión civil; y sólo conseguirá la conciliación un agente superior, que con !a fuerza o el tiempo logre enlazarlas todas, o aniquilar a la memoria útil, y más nociva. ¡Qué bien han conocido estos principios los españoles en la época actual! ¡Cuántas ventajas han sacado de nuestra constitu– ción! Fomentando la rivalidad, han hecho ilusorias las combina– ciones proyectadas, han logrado que nosotros mismos hagamos guerra a Ja libertad, persuadiéndonos que es incompatible la igual– dad con la nobleza, y el orden; sosteniendo la superstición popu– lar, han figurado ser guerra de religión Ja que se hace a los insur– gentes; haciendo soldados a los indios y mestizos, los· han guíado por la senda del dolo, libertinaje y holgazanería, para no tener esos enemigos, que debían ser tanto más temibles, cuanto más ultra-
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