La expedición libertadora
500 jados; y aprovechándose de su abatimiento, los ~onducen como a un rebaño, que sufre, calla y muere, sin desplegar sus labios para quejarse: saqueándonos con donativos e impréstitos de toda cla– se, han empobrecido los pueblos, paralizado el tráfico, y arruina– do las familias, a fin de que sin medios para obrar, nos reduzca– mos a la inacción . He aquí las verdaderas causas del adormecimiento. del Perú en medio de la convulsión general del continente: orgullo, quijo– tismo, egoísmo e inmoralidad en los blancos, abatimiento e igno– rancia suma en los indios, temor en la costa a los negros, influjo de los europeos sobre las principales familias, choque de las cua– tro castas entre sí por los diversos intereses y preocupaciones de unas a otras, y en fin falta de medios para emprender una revo- lución. · Sin embargo, en obsequio de la verdad, y nuestro, podemos asegurar que los americanos blancos, y los indios están general– mente penetrados de la necesidad de la emancipación. La gu~rra misma ha hecho abrir los ojos a todos para que conozcan no pueden ser felices bajo el gobierno español. La conducta de los mandatarios y soldados europeos, ha exasperado sumamente a \(lS habitantes de este país; y aun muchos de aquellos desnaturaliza– dos, que se habían gloriado de verter la sangre americana por de– fender a los españoles, han llegado a conocer la injusticia del par– tido que tomaron, porque ellos, así como los demás, han sido el blanco del desprecio del orgulloso peninsular. Así es que los cla– rr.ores por la libertad son unísonos en todo el reino; y nada gene– ralmente se desea más que una favorable coyuntura para romper las cadenas que nos agovian. ¿Pero qué fuerza tiene la opinión ni los deseos mismos, si la imposibilidad de combinación por una parte, la fuerza opresora por otra, y la falta absoluta de armas en el paisanaje, ciegan del todo los caminos para una feliz empresa? ¿Qué podremos hacer nos– otros si, desaprovechadas en el principio las ocasiones, no nos atrevemos a respirar sin el temor de ser sofocados por la fuerza que nos oprime? Por todas partes, es decir, aun en los pueblos me– nos ilustrados, en las aldeas más incultas, percibe el observador un sordo susurro de las quejas que arranca la tiranía; pero él se encierra cuidadosamente en el seno de la íntima amistad, o cuan– do más en el recinto tímido de la propia morada. Reflexionando, pues, sobre los caracteres y situación de este reino, se deja ver, que él no ha podido ni puede por ahora ha– cer un plan de revolución perfectamente combinado que aunque
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