La expedición libertadora
501 fuese formado por una cabeza de superior talento, sería de muy difícil ejecución sin los riesgos de la anarquía entre los blancos, y rivalidad de las castas entre sí: que éste es uno de los mayores obstáculos que se han presentado a los ojos de los hombres pen– sadores, y el que ha hecho desmayar las más atrevidas resolucio– nes: que se necesita para un sacudimiento, el impulso y la acción de una mano fuerte y diestra, que venga de afuera, a la cual no sólo no resistirían los peruanos, pues la desean con ansia, sino que la recibirán con gusto porque conocen la necesidad de ella para es– capar del yugo opresor y sus cadenas. Habitantes de Chile: si quereis, pues, que seamos libres, si deseáis disfrutar de las ventajas de nuestro comercio y relacio– nes; si tratáis de uniformar nuestras operaciones con las vuestras, y asegurar vuestra independencia con nuestras fuerzas mismas, no canséis en vano la prensa con proclamas y ofrecimientos. Ella no llegan sino a mano ele los sensatos , que t anto como vosotros co– nocen su libertad; ellas no surtirán jarr.ás por si sólas efecto algu– no: no hay sino venir a redimirnos, a darnos impulso con vuestras tropas y armas: vuestra presencia electrizará a los patriotas y aba– tirá el orgullo ele los déspotas. Expedición, expedición. Esto es lo que clama el Pen'.1 tocio, y ésto es lo único que a la América del Sur conviene. En efecto, ella, como queda dicho, es absolutamente necesaria a este país, y lo es también a Jos dos estados independientes. Mientras que las fuerzas del ejército de Lima no tengan aten– ción interna, ellas van engrosando clesmenticlamente, la recluta se aumenta cada día, los gobernantes y jefes militares devastan los pueblos con sus saqueos, que llaman imposiciones y servicios, arruinan los campos, las minas, las artes y la población misma, persiguiendo a cuanto labrador y artesano se encuentra para hacer– los soldados. Han llegado, a despacho suyo, a conocer que tarde o temprano la América se pierde para España, y como el guerrero que tala el país del enemigo para que éste no se aproveche ele sus producciones, así los virreyes, gobernadores y generales, tra– tan ele extraer cuanto el Perú tiene ele útil para llevárselo consigo antes ele desamparar el suelo, y dejarnos en esqueleto, para que perezcamos. Los españoles no hacen tanta guerra a Jos que llaman insurgentes cuanto al dinero del Perú: ellos nos r oban, nos aniqui– lan, y tratan ele dejamos desnudos y llenos ele miseria. Si continúa la devastación, bien pronto se convertirá el Perú en un vasto desierto que necesite de siglos para poblarse y reha– cerse. Agotándose las fuentes de su riqueza, que son especialmen-
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