La expedición libertadora
507 el gran momento que va ahora a decidir el problema de los senti– mientos peruanos y de la suerte de la América del Sur. Mi anuncio, pues, no es el de un conquistador que trata de sistemar una nueva esclavitud. La fuerza de las cosas ba prepa– rado este gran día de vuestra emancpiación política, y yo no pue– do ser sino un instrumento accidental de la justicia y un agente del destino. Sensible a los horrores con que la guerra aflige a la humanidad siempre be procurado llenar mis fines del modo más conciliable con los intereses y mayor bien de los peruanos. Des– pués de una batalla completa en el campo de Maipú, sin escuchar ni el sentimiento de la más justa venganza por una bárbara agre– sión, ni el derecho de la indemnización por los males graves cau– sados a Chile, di una completa prueba de mis sentimientos pací– ficos. Escribí a vuestro virrey con fecha 11 de abril de este año, "que sintiese la situación difícil en que estaba colocado, se pene– trase de Ja extensión a que podrían dilatarse los recursos de los Es– tados íntimamente • idos, y la preponderancia de sus ejércitos; y en una palabra, la desigualdad de la lucha que le amenazaba. Yo lo hice responsable ante todos los habitantes de ese territorio de los efectos de la guerra; y para evitarlos, le propuse que se convo– case al ilustre vecindario de Lima, representándole los sinceros de– seos del gobierno de Chile y de las Provincias Unidas: que se oyese la exposición de sus quejas y derechos, y que se permitiese a los pueblos adoptar libremente la forma de gobierno que creye– ren conveniente, cuya deliberación espontánea sería la ley suprema de mis operaciones, etcétera". Esta proposición liberal ha sido contestada con insultos y amenazas; y así el orden de la justicia tanto como la seguridad común me precisan a adoptar el último de los recursos de la razón, el uso de la fuerza protectora. La san– gre, pues, que se derrame, será solamente crimen de los tiranos y de sus orgullosos satélites. No os ha sido menos patente la sinceridad de mis intenciones después de la jornada de Chacabuco. El ejército español fue en– teramente derrotado, Chile se hizo un Estado independiente, y sus habitantes empezaron a gozar de la seguridad de sus propiedades y de los frutos de la libertad. Este ejemplo, es por sí solo el más seguro garante de mi conducta. Los tiranos habituados a desfigu– rar los h echos para encender la tea de la discordia, no han tenido p!Jdor de indicar que la moderación que el ejército victorioso ha observado en Chile ha sido una consecuencia de su propio interés, sea así en hora buena: ¿no es decir que nuestro interés está de acuerdo con Ja libertad de los pueblos? ¿No es esto una mejor ga– rantía y una razón más de confianza?. . . Sin duda, que por ella
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