La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

dedica, como "La Protectora"; pero no en la vasta obra que cumpliera aquél desde San Carlos, como se aprecia en la biografía del liberal La– rriva y que podía haberle servido para una extraordinaria tradición con la apasionante vida del líder huamachuquino. Hombre típico de la clase media peruana, entregado por completo a la libertad y la república en jornadas intelectuales y de armas y de administración de justicia y de forjación del país, hasta su muerte por la rotura de un aneurisma en el hígado, en su retiro de Lurín, cuando era el llamado a conducir nuestra república en sus primeros años. La personalidad severa de San Martín surge en una pequeña tradición "Pico con pico, y ala C(?n ala", escrita ya para la Octava Serie, donde se le verá cortando parcamente la intromisión de su cuñado en el quehacer gubernativo. Desde ese día el cuñado "no volvió a gerundiar a San Mar– tín", dirá Palma. También aparece -en la Novena Serie- en su fir– meza, aunque con burlona travesura, cuando Palma nos lo presenta con– virtiendo al P. Zapata de Chancay en "P. Pata", vengando así, por reso– lución, sin ir a mayores y en reciprocidad, la actitud de aquel sacerdote que decía en sus sermones que San Martín no podía ser sino solamente Martín, como Lutero. Pero la tradición central en torno a San Martín es indudablemente la "del Himno Nacional" aparecida en la Séptima Serie. El detalle que centraliza nuestra visión es aquel emocionado ponerse en pie del Protector en el instante en que se terminaba la 6~ ejecución del concurso, la música del maestro Alcedo, y exclamar: "He ahí el himno na– cional del Perú" . . . Después sería estrenado éste la noche del 24 de Sep– tiembre de 1821 y lo cantaría por primera vez Rosa Merino, en el Teatro Principal. Las dos estampas son fundamentales: San Martín mostrando en un rápido ponerse en pie su entusiasmo; y la famosa cantante, dejando es– cuchar desde el escenario el "Somos libres"... Jugando, jugando siempre con las palabras tendríamos los "Veinte mil godos del Obispo", que eran en realidad veinte mil pesos, llamados "godos" por ser de la época virreynal, que se llevaba Monseñor Sánchez Rangel y que se le perdieron entre Tarapoto y Yurimaguas cuando se volcó la embarcación en la que viajaba. Los pescadores que se los encon– traron los gastaron rápidamente "como buenos patriotas", haciendo de ellos chichirimico y no guardando uno siquiera de prisionero". Jugando, jugando, siempre con las personas, pasa de "La Protecto– ra", Rosa Campusano, a "La Libertadora", Manuelita Sáenz, nostálgica y escéptica como la encontrara Palma entre las casas del Puerto de Paita; y, en medio de ellas, María Abascal, esa pícara amante de Monteagudo que al parecer fue causante de su muerte, pues aquél fue asesinado al regresar a Lima cuando la Abascal tenía otro amante. San Martín entrega una condecoración de la Orden del Sol a su "amiga". Bolívar instala la suya en la Quinta de la Magdalena. Y entramos en la vida particular de los grandes hombres, pero también de las grandes de la época, con sus gustos y lecturas, con solo pequeños champones de color entre las pági– nas de las Tradiciones Peruanas. A "La Protectora" la pinta con vesti- - 105 -

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