La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

Los Obispos No podemos olvidar que, de facto, los obispos americanos se comu– nicaban con la Santa Sede sólo a través de la corte de Madrid. La con– secuencia era que las informaciones que recibía de estas tierras la San– ta Sede llegaban controladas. No existían, como hoy, Nuncios Apostó– licos - Embajadores del Papa - en las capitales virreínales h ispano– americanas. El Arzobispo de Lima, por ejemplo, enviaba sus informes al Papa por intermedio de la administración peninsular. Ciertamente hoy no se procedería así, pero en esa época estaba vigente el derecho de patronato, derecho que la Iglesia concede al Estado, por el cual, a cam– bio de ciertas ayudas, un gobernante tiene ingerencia en asuntos ecle– siásticos; el nombramiento de obispos, pongo por caso. El Rey de Es– paña presenta una lista de candidatos para una sede vacante; la presenta a Roma, y el Papa, a base de esa nómina 'filtrada', efectúa la designa– ción del prelado. Quizás se halle aquí la raíz de por qué algunos obispos sintieron un conflicto de conciencia a la hora de la independencia. Si por una parte se sentían inclinados a pronunciarse· por la emancipación, por otra sentían un deber de lealtad frente al monarca que los había presentado. El problema de la fidelidad de los obispos está, pues, determinado en parte por el Patronato. Admitiendo ese hecho, debemos valorar la de– cisión del Arzobispo de Lima, Bartolomé María de las Heras, que es el primero que pone su firma en el Acta del Cabildo limeño el 15 de julio de 1821. Pero meses después lo hallamos en España. ¿Qué había suce– dido? Un personaje del gobierno de San Martín, el ministro Monteagu– do, era sumamente hostil a los españoles - como que expulsó a mu~ chos pacíficos ciudadanos - y no vio con buenos ojos la permanencia de Las Heras en el Arzobispado. Aduciendo acusaciones no probadas debidamente, logró que al prelado se le diese el pasaporte para la Pe– nínsula. Pero objetivamente, repito, Las Heras había suscrito el acta de la independencia. Otro caso que no citan algunos escritores es el del obispo de Are– quipa, José Sebastián de Goyeneche. Su hermano, el Conde de Guaqui, brillante militar y realista a ultranza, lo invitó a retirarse a España en vista del cariz de los acontecimientos. Pero Goyeneche prefirió mante– nerse en la brecha, en medio de sus obligaciones pastorales, antes que ceder al reclamo de la comodidad personal. Prefirió quedarse en su dió– cesis, y así no se produjo el vacío espiritual que representa una diócesis sin obispo. Esto nos lleva a decir que no es exacto que todos los obis– pos del Perú fuesen contrarios a la Independencia. La Santa Sede Hay un problema muy interesante y controvertido. ¿Cuál fue la ac– titud de los Pontífices? Resumiré brevemente el estado de la investiga– ción. Es cierto que el 30 de enero de 1816, Pío VII dio una encíclica (lla– mada en latín "Etsi longissimo") aconsejando a los obispos y demás - 112 -

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