La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo
ña. Se necesitaba un gobierno que estuviera de acuerdo con los princi– pios proclamados por el pueblo peruano en la Declaración de Indepen– dencai del 15 de julio, pero que también se subordinase a las exigencias de la guerra. Momento grave para un hombre como San Martín, que a lo largo de su carrera pública siempre se mostró respetuoso de la vo– luntad popular por cuya vigencia en la formación de los gobiernos se lucha en la revolución, y que siempre había mostrado especial repudio al ejercicio de la función pública. Doloroso sería para él comprobar que no le era posible cumplir en esos momentos con las instrucciones que había recibido de los Directores de las Provincias Unidas don Ignacio Alvarez Thomas y don Juan Martín de Pueyrredón y a las que hemos hecho referencia. Tampoco le sería posible cumplir a cabalidad con lo que él y el Director Supremo de Chile don Bernardo O'Higgins habían ofrecido al pueblo peruano en sus proclamas en que anunciaban la pron– ta partida de la Expedición Libertadora. El momento era pues excep– cional y había necesidad de establecer un gobierno personal que las cir– cunstancias imponían, pero transitorio y sin forma política definida pa– ra cumplir con el objetivo final que era el terminar la guerra. No sería posible, igualmente, que este gobierno personal estuviera en manos de un peruano. Desgraciadamente en ese momento crucial de nuestra his– toria no tuvimos un personaje de condiciones excepcionales que lo asu– miera. El historiador don Mariano Felipe Paz Soldán nos dice en su magnífica y bien documentada "Historia del Perú Independiente" que no bien San Martín había ocupado Lima cuando empezaron a moverse secretamente los partidos que aspiraban al gobierno; las rivalidades po– líticas empezaban a surgir en pugna con el interés de unión nacional que era el del momento. También nos dice Paz Soldán que desde que San Martín llegó a Paracas los jefes del ejército le habían exigido que se pusiera a la cabeza de la administración para evitar rivalidades que perjudicaran la buena conducción de la guerra. Además, conveniente es comparar y reconocer que el momento por el que atravesaba el Perú no era el de Chile en 1817 al producirse la victoria de Chacabuco. En Chile los ejércitos del Rey quedaron reducidos a la ocupación de una pequeña parte del territorio chileno en el sur, y además, los próceres chilenos tenían alguna experiencia en el gobierno propio dado que lo habían ejercido con alternativas y vicisitudes, desde el 18 de setiembre de 1810 hasta el desastre de Rancagua en 1814. Los patriotas peruanos, expertos en la conspiración y en la subversión, no tenían experiencia al– guna en el gobierno, y además, aquí como en otros lugares de América española empezaban a presentarse los síntomas del caudillaje nativo y las rivalidades entre los hombres dirigentes, que estallarían desgracia– damente con caracteres alarmantes a la ida de San Martín. San Martín con la genialidad de conductor de hombres que lo caracterizaba, com– prendió lo difícil de la realidad social en que actuaba y que las circuns– tancias no habían fundamentalmente variado desde que desembarcó en Paracas y estableció su gobierno provisional en Pisco y Huaura. Veamos lo que dice en los considerandos de su decreto del 3 de agosto de 1821 implantando el Protectorado: "No han variado aquellas circunstancias pueto que aún hay en el Perú enemigos exteriores que combatir; y por consiguiente, es de necesidad que continúen reasumidos en mí el mando político y militar" y luego continúa: "Espero -dice- que al dar este - 118 -
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