La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo
paso, se me hará la justicia de creer que no me conducen ningunas mi– ras de ambición, sí solo la conveniencia pública. Es demasiado notorio que no aspiro sino a la tranquilidad y al retiro después de una vida tan agitada; pero tengo sobre mí una responsabilidad moral que exige el sacrificio de mis ardientes votos. La experiencia de 10 años de revolu– ción en Venezuela, Cundinamarca, Chile y las Provincias del Río de la Plata, me han hecho conocer los males que han ocasionado la convoca– c10n intempestiva de congresos, cuando aún susbsistían enemigos en aquellos países; primero es asegurar la independencia, después se pen– sará en establecer la libertad sólidamente. La religiosidad con que he cumplido mi palabra en el curso de mi vida pública me da derecho a ser creído; y yo la comprometo ofreciendo solemnemente a los pueblos del Perú, que en el momento mismo que sea libre su territorio, haré dimisión del mando para hacer lugar al gobierno que ellos mismos tengan a bien elegir". A pesar de la sinceridad de sus palabras que el tiempo se encargó de probar, hubieron muchas personas que no le creyeron y pensaron que el fin se presentaba con las mismas ambiciones de poder que otros caudillos americanos, iniciando aquí el hecho social del funesto caudi– llaje. Veamos lo que dice su más esclarecido biógrafo don Bartolomé Mitre en su ya clásica "Historia de San Martín y de la Emancipación Sud Americana", sobre tan excepcional momento en la vida de San Mar– tín: "La gloria de San Martín había llegado al grado culminante de la declinación de los astros que han recorrido su curva ascensional. Pro– pagador triunfante por la fuerza de su genio de los principios emanci– padores de la revolución de la República Argentina, su patria; liberta– dor de Chile y del Perú y fundador de sus respectivas nacionalidades; era por sus grandes planes la campaña continental, por sus convicciones estratégicas y por sus victorias, el primer capitán del nuevo mundo. De todos los sudamericanos hasta entonces nacidos, era el más grande y el más genuinamente americano. Para ser más grande sólo le faltaba completar su obra. La inmortalidad le estaba asegurada de todos modos. Su medida histórica en los sucesos contemporáneos, únicamente podía compararse con la de Bolívar, libertador de Venezuela y Nueva Granada y fundador de la República de Colombia. Bolívar había sido aclamado libertador, y ese título lo investía de la dictadura revolucionaria de su patria. San Martín, sin punto de apoyo en la propia patria, se nombró a sí mismo Protector del Perú. Ni antes ni después de Cronwell, nadie en el mundo había tomado ese título. La América alarmada, creyó entre– ver en el libertador de sud, un ambicioso vulgar o un déspota en ger– men. No era ni lo uno ni lo otro; pero al asumir la dictadura fatal que las circunstancias le imponían, se inoculó el principio de su decadencia política y militar". El Virrey La Serna, al contestarle la nota por la que le comunicó haber asumido el Protectorado, fue irónico con el Liber– tador al decirle en su respuesta lo siguiente: ... y en contestación per– mítame V.E. le diga: que al haberse V.E. mismo elegido por suprema autoridad del país que llama libre a pesar de que cuanto para ello alega y puede alegar, es mi concepto un acto de aquellos que en un sistema puramente despótico puede ser admitido; que las mismas personas que en esa capital acaban de jurar la independencia libre y espontáneamente - 119 -
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