La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo
por una población marcadamente hostiÍ, pronta a prestar todo género de auxilio a sus libertadores y a combatir, por todos los medios, al enemi– go (10). Citemos un solo caso de ayuda peruana. El teniente Vicente Suá– rez, paraguayo -oficial de la división patriota del general Arenales-, que puso en fuga a gruesa columna realista en Acarí, al sur de Nazca, re– fiere: "Sólo pudo sacarme de este embarazo (espesísima niebla) la des– treza de los excelentes guías que dirigieron mi marcha, y a cuyo compor– tamiento me hallo obligado". No olvida a las hijas de Nazca este oficial: "Tuvimos la complacencia de ser recibidos en Nazca con repiques de cam– panas, tañidas por mujeres que no quisieron retardar ni ceder a nuestro sexo". El tridente de Neptuno En razón de la profunda simpatía que el general San Martín des– pierta en la mayoría de nuestros compatriotas, los escritores peruanos, al reseñar las operaciones de la Expedición Libertadora, se limitan a pon– derar los éxitos logrados por el ejército, dejando en humilde penumbra las muchas victorias ganadas por las naves que obedecen a Cochrane. A más de injusto, resulta demostración de ignorancia el olvido, puesto que en un antiguo escrito atribuído nada menos que a Jenofonte (Siglo IV antes de Cristo), ya se ponía de relieve la incontrastable influencia del poder naval en la guerra: "Los amos del mar se hallan en situación de devastar el territorio de una potencia mucho más fuerte. Pueden, sin nin– gún peligro, ir costeándolo hasta un lugar donde no se encuentren apos– tadas fuerzas terrestres enemigas, o donde éstas sean débiles, y pueden perfectamente volver a embarcarse y alejarse ante la proximidad de fuer- zas superiores". _ _ .. - ~ Contando con la abrumadora superioridad que le proporcionaba la escuadra chilena, dueña del Pacífico, disponía, pues, el general San Mar– tín de poderosos medios materiales y morales capaces de triunfar fácil– mente, y en corto plazo, sobre el débil, disperso y desmoralizado ejér– cito realista ( 11). Sorprende, por ello, que a lo largo de dos años de per- (10) En comunicación al Ministro de Guerra de España, escribe desde Puno el ge– neral peninsular Ramírez (1~ de enero de 1821), refiriéndose a la "propensión de la mayor parte de la población al sistema revolucionarlo": "No es, Señor Excelentísimo, San Martín y sus satélites los únicos enemigos que tenemos. Son mayores y de más consideración los que por desgracia de esta guerra abundan ya en todas las capitales, pueblos y aun en las aldeas más peque– ñas" ... "Por lo expuesto formará V.E. un concepto bastante exacto de la crí– tica, lastimosa y peligrosa situación del Perú". (11) Muchas páginas podrían llenarse con documentos referentes al enfermizo temor que a las autoridades españolas inspiraba la presencia de las invencibles quillas que mandaba Cochrane. Para mejor aquilatar los singulares méritos del marino inglés, recurrimos intencionalmente no a un escrito favorable a él, sino otro dedicado a levantar algunos cargos suyos, contrarios a determina– dos personajes del gobierno chileno. El coronel José Ignacio Zenteno, Ministro de Guerra y Marina de O'Higgins, en su "Refutación a las Memorias de Lord Cochrane (Santiago de Chile, 1861), se expresa en esta forma, no obstante -138 -
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