La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

manencia en nuestro país, no se decidiera, siquiera una vez, por una ofen– siva que tuviese por objetivo la destrucción de las fuerzas militares de su adversario. Estudiando en Santa Helena las guerras de Julio César, hi– zo Napoleón este comentario: "El tridente de Neptuno es el cetro del mundo". ¡Cómo se advierte en esta observación del Emperador el dolo– roso recuerdo de su derrota final ante el poderío naval británico. Oportunidades perdidas Por no extendernos demasiado nos vemos imposibilitados de referir las muchas y óptimas ocasiones que se le ofrecen al general San Martín de destruir al ejército realista. Nos concretaremos a señalar tres casos. l. Luego de permanecer alrededor de cincuenta días en Pisco, se em– barca el general y después de hacer con la escuadra ostentosa demostra– ción de poderío en la bahía del Callao, continúa a Ancón. "No es posi– ble pintar la confusión y atolondramiento de los españoles la primera noche que supieron que los patriotas principiaron a desembarcar por An– cón. La tropa que salió de Lima más parecía ir en derrota que en busca del enemigo; los cañones iban por un lado, las cureñas y municiones por otro; las compañías perdidas, sin conocer el camino que debían tomar; todos mandaban y nadie obedecía, porque faltaba un centro de unidad que dirigiera con firmeza las operaciones y a quien respetaran todos". Son palabras de nuestro historiador Mariano Felipe Paz Soldán, quien, el carácter de su escrito: "Desde los primeros cañonazos que los buques de Cochrane dispararon en las aguas de Chile y del Perú, los bajeles españoles, como bandadas de pájaros extraviados, volaron a buscar refugio bajo los fuertes del Callao. Quedó así abierto a San Martfn el camino del Peni". Convencido el virrey Pezuela, a mediados de agosto de 1820, que la ex– pedición chilena al Perú era un hecho, dispone que los barcos realistas, "a favor del mucho andar de nuestros buques, muy superior al de los enemigos", se situasen a retaguardia de la escuadra patriota, en su marcha al Perú, para hacerle todo el daño posible. Dada la orden -dice Pezuela-, "no encontré para esta maniobra toda aquella disposición que yo esperaba y me malicié que sería eludida mi intención a pretexto de no estar corrientes dichos bu– ques de guerra, sin embargo de haberles facilitado cuantos auxilios me pidie– ron". . . "por lo que me propuse desarmarlos todos si no salían a la mar en una ocasión en que podían con sus maniobras hacer un servicio importante, que en parte resarciese más de dos millones de pesos que en los cuatro años de mi mando ha costado la Marina del Callao". Esta nota del Diario de Pe– zuela fue registrada el 20 de agosto de 1820, por coincidencia el mismo día que la Expedición levaba anclas en el puerto de Valparaíso, enderezando sus proas rumbo al litoral peruano. Si, como se dice, la historia se repite, este temor que la escuadra chilena inspiraba a la marina española del Callao, tiene mucha analogía con el apocado ánimo de la flota italiana frente a la escuadra in– glesa, en aguas del Mediterráneo, durante la Segunda Guerra Mundial. Disgus– tado Mussolini con sus almirantes, tiene para ellos frases que recuerdan las del virrey Pezuela. -139-

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