La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo
como nacido en 1821, tuvo oportunidad de escuchar de boca de numero– sos partícipes estos y otros pormenores. Testigos y partícipes tanto pa– triotas como realistas, subrayamos. Pues bien, este escritor concluye así el episodio de Ancón: "Si San Martín hubiera conocido en tiempo (opor– tuno) semejante confusión, pudo haber entrado a Lima con mil hombres, y quizá entonces queda terminada la campaña. Estas escenas de espanto se repetían a cada amago que se hacía sobre la capital". 2. Es sabido que entre la última semana de junio y la primera de julio de 1821, el virrey La Serna abandona la capital del virreinato. Las tropas realistas se retiran en deplorables condiciones sanitarias y con la moral verdaderamente por los suelos, en tanto que literalmente pisán– doles los talones, hacen su ingreso a Lima los patriotas. Refiriéndose a esa penosa evacuación, escribe en sus Memorias el hijo de Arenales: "El ejército realista habría tocado al fin su completo exterminio, si hu– biera perseverado el ejército libertador con actividad y constancia en perseguir a los españoles, sin permitirles cobrar aliento en parte alguna de la Sierra". Y el general Miller, muy amigo de San Martín, no puede menos de estampar en sus Memorias: "Si el ejército libertador, en vez de tomar cantones (establecerse) en la disipada ciudad de Lima, como lo hizo, hubiera secundado los esfuerzos de aquellas bandas de patriotas armados (los famosos montoneros peruanos) apenas puede dudarse que se habría terminado la guerra en pocas semanas". 3. En tanto San Martín ingresa ufano a Lima en la firme convic– ción de que ello le reportaba la conclusión de la guerra, ¿qué sucede en la Sierra con el general Arenales? Encontrándose este hábil jefe en la región de Huancayo -cumpliendo su segunda campaña a la Sierra, ini– ciada en Huaura-, en ansiosa espera de los desmoralizados y raleados batallones que materialmente empujados por el virrey marchan de Lima al interior, para destruirlos fácilmente en los ventajosos desfiladeros an– dinos, recibe repetidas y perentorias órdenes de San Martín de abando– nar la Sierra y constituirse en la capital. En la primera de sus cartas, lleno de júbilo, el general en jefe le relata a su subordinado el ingreso de los independientes a Lima. Arenales le contesta: "Mi amadísimo ge– neral: A las cinco de la mañana, con el pie en el estribo (para marchar) en alcance del enemigo, recibo la de usted del día seis". . . "Hablo oon franqueza. ¿Qué ganará nuestro ejército (el grueso del ejército, al mando directo de San Martín) con entrar a Lima y apestarse ( enfermarse de peste) y acabar de destruir,se? ... ¿Qué sucederá con esta división (los batallones del propio Arenales) con mil y quinientos reclutas, si tienen que hacer una deshonrosa retirada donde le esperan los hospitales y el sepulcro? ¡Doloroso se tener que hablar en estos términos!" ... "La divi– sión va a perderse en su retirada a la Costa". . . "me impulsa ( a hablarle en esta forma) el dolor y el sentimiento de que nuestra empr'esa en el Perú va a postergarse incalculablemente" . .. "Sea lo que Dios quiera". Por todo comentario a esta carta, dice con parquedad el historiador argentino general Bartolomé Mitre: "Arenales veía más claro que San Martín". Y más adelante, agrega: "Arenales hablaba como un profeta". - 140 -
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