La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

La Sierra Como lo han demostrado las muchas guerras nacionales, la Sierra, y no la Costa, es el verdadero corazón del Perú. Con suma facilidad Li– ma y la Costa han caído en poder de diversos invasores. Convencido Pi– zarro de lo precario de su situación en el litoral, como paso previo a la fundación de Lima, procede a ocupar Quito y el Cuzco, vale decir, se afe– rra sólidamente con ambos brazos en la Sierra. En 1821, San Martín in– gresa a la capital del virreinato sin que su ejército tuviera que disparar un solo tiro de fusil, es muy cierto, pero la guerra prosigue hasta fines de 1824- batalla de Ayacucho-, porque la Sierra continuaba tranqui– lamente en manos españolas. Caso análogo se da en 1839. La capital es ocupada por los "restauradores", pero la lucha persiste en la Sierra hasta que se libra la sangrienta batalla de Yungay. Una vez más se repite el mismo hecho en enero de 1881. Pero Cáceres mantiene en alto la bandera nacional a lo largo de dos años y medio de lucha, lucha -no lo olvidemos, señores profesores- sostenida exclusivamente en la Sierra. En los Andes. El general San Martín no cruzó nunca los Andes peruanos. Sin em– bargo, cuando menos una vez parece que pensó marchar a la Sierra, y ello fue al impartir sus instrucciones al general Arenales, en Pisco, en octubre de 1820, poco antes de iniciar este _iefe su primera campaña, pre– cisándole que desde algún punto del norte (Huacho) el general en jefe se internaría a la cordillera para darle el encuentro a su hábil subordinado. Y son varias las veces que no atiende las reiteradas solicitaciones del mismo Arenales, que le aconseja llevar el grueso del ejército, que se diez– ma con las epidemias de Huaura, a reponerse en el magnífico clima de la Sierra y aumentar sus efectivos con los numerosos y entusiastas vo– luntarios del valle del Mantaro, anhelosos de ingresar a las filas inde– pendientes. De esta manera, un poderoso ejército -poderoso por el número, pero más poderoso aún por su moral-, perfectamente instruído y disciplinado, metido en el corazón de la Sierra, mandado por el propio general en jefe, y lanzado ardorosamente sobre las débiles y aisladas divisiones realistas, ninguna duda puede caber de que hubiera logrado en muy corto tiempo la independencia peruana. Pero en vez de seguir el proyecto al que lo insta Arenales, San Martín y su ejército permanecen largos meses en esa malsana comarca, con un tercio de sus soldados per– didos en los hospitales y cementerios. Muy otro es el proceder de Napoleón: "La enfermedad es el enemigo más peligroso de un ejército. Es mejor librar una sangrienta batalla que situar las tropas en una loca– lidad insalubre". Al ocupar la capital el ejército libertador y rehuir la búsqueda del enemigo en la Sierra, el general se metía en un callejón sin salida. Bartolomé Mitre, ilustre historiador, general y expresidente de la Repú– blica Argentina, puntualiza en su magistral biografía de San Martín: "Lo más grave de esta situación era que el nervio militar se había destempla– do física y moralmente. Los ejércitos concentrados en Lima, sin más ob– jetivo que el Callao, por efecto del abandono de la campaña de la Sierra y de la expedición de puertos intermedios, participaban de las influen– cias del clima y del medio social, y como lo había pronosticado Arena- - 141 -

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