La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

sucesivas operaciones llevadas a cabo por Bolívar: ( 1) Abandono de Li– ma por Trujillo, como nueva capital del Perú y base de operaciones; (2) Organización de poderosas fuerzas militares; (3) Fulminante ofensiva. Antes de ocuparnos de estas etapas, en forma gráfica daremos, en dos o tres minutos, una visión total de la campaña bolivariana en nues– tra patria. (Estos croquis aparecen en la obra, ya mencionada, "Antolo– gía de la Independencia del Perú", 1972). ( 1) Trujillo, capital del Perú Antecedentes. Parece como si la ocupación por los patriotas de la ciu– dad de Lima -ensangrentada túnica de Neso-- hubiese atraído funes– tas consecuencias a sus envanecidos poseedores. Desde principios de julio de 1821, hasta fines de marzo de 1824, en que Bolívar transfiere a Trujillo la capitalidad de la república, todos los gobernantes indepen– dientes -San Martín, la Junta Gubernativa, Riva Agüero, Torre Tagle– llevan vida en extremo azarosa frente al creciente poderío militar realista (18). (18) Ya hemos mencionado -con palabras de los propios partícipes- las graves consecuencias derivadas de haber permitido San Martín la tranquila reorga– nización de las fuerzas españolas en la rica región de Jauja, a las puertas mismas de Lima. Reconstituídas física y moralmente, no se hace esperar la repentina "vuelta de la tortilla". A cinco semanas escasas de la solemne pro– clamación de la independencia, amenazan ya a los ocupantes de la "disipa– da" -palabra de Miller- capital. Baja de la Sierra, por la quebrada del río Lurín, una división con el general Canterac, pasa por Cieneguilla y La Molina, desfila por San Borja y la Huaca Juliana -a tiro de fusil del ejér– cito independiente, tres veces más numeroso, mandado por San Martín en persona-, y continuando a Maranga, hace su ingreso al Callao, cuya guar– nición, a órdenes de La Mar, realista hasta ese momento, recibe triunfal– mente a los audaces expedicionarios, con alegre quema de fuegos artificia– les y bulliciosas retretas. En junio de 1823, ya la cosa no queda en mera amenaza. El mismo Canterac, alentado con el recuerdo de la increíble pasividad de sus adversarios, ya no satisfecho con ostentoso desfile, marcha rectamente sobre la capital, y -a la manera de San Martín en 1821- la ocupa sin disparar un tiro. Lima es, pues -por lo que se ha dicho y por lo que se dirá luego-, bien mostrenco a disposición del audaz -o incauto- que a su posesión aspira. ¿ Y el go– bierno, y el ejército, qué hacen? Las escasas fuerzas que la guarnecen en esos momentos, con el gobierno y sus órganos en pleno, buscan oportuno refugio tras las sólidas murallas de las fortalezas del Callao. Para colmo de males, durante el forzado encierro estalla la discordia en el puerto. Riva Agüero marcha a Trujillo a establecer su propio gobierno. Torre Tagle ha– ce otro tanto en Lima. . . una vez voluntariamente desocupada por sus mo– mentáneos dueños españoles. En febrero de 1824, en fin, se produce la catástrofe. Una vez más, tropas realistas marchan sobre la capital. Al gobierno no le queda ya, como en el susto del año anterior, el seguro burladero del coso representado por el Real Felipe. Viéndose entre dos poderosas mandíbulas realistas: las tropas de Mo- - 156 -

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