La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo
ñol), mi suerte será siempre la suya". . . "Hombres de todas !as clases que habitáis el Perú, seguid el ejemplo de un honrado ciudadano". Su llamado encuentra eco. Algunas unidades del ejército y partidas de montoneros, íntegras, se pasan a los realistas. Igual camino siguen muchos funcionarios públicos, ·jefes y oficiales del ejército, vecinos dis– tinguidos. Entre los "peces grandes" figuran el vicepresidente de la re– pública, Aliaga; el presidente del Congreso, Galdiano; el ministro de Guerra, Berindoaga; el jefe del estado mayor. Para impulsar más el to– rrente de tránsfugas, el general Monet publica un decreto de amnistía. Entre militares y civiles, alrededor de 400 personas se pasan al campo contrario. Al referirnos al momento de la llegada de San Martín al P~rú, sub– rayábamos de cuán favorable se le ofrecía la situación. Decíamos que los "trasiegos" del campamento realista al de los patriotas se repetían a dia– rio (pág. 135). La moda de 1821, en efecto, impulsaba a los individuos a cambiar los colores rojo y gualda por el rojo y blanco (pág. 134). Ahora, en 1824 - días de Bolívar-, pues la moda ya cambió: el rojo y blanco es reemplazado por el rojo y gualda (19). El que la corriente general fuera contraria, amerita aun más al grupo selecto de patriotas peruanos -los "emigrados"- que abandona Lima para unirse a Bolívar en Pativilca: Sánchez Carrión, Unánue y otros re– sueltos e inteligentes ciudadanos, cuyos servicios van a ser µronto de pri– mera importancia. Si hacemos un paralelo del Perú de febrero de 1824 con la Francia de junio de 1940, aplastada por Alemania, descubrimos estas coincidencias: Sánchez Carrión es De Gaulle; Pativilca, la Gran Bretaña; y Bolívar es Churchill. (19) En parte, al menos, explica este colapso peruano -lo reconoce hidalgamente el historiador español García Camba-, el desmoralizador ejemplo dado por algunas unidades del ejército: "A los independientes acabó de confundirlos la conducta decidida de los Granaderos montados de los Andes que -luego de pasarse a los traidores del Callao, según se señala en la nota 18, en palabras de Paz Soldán- continuaron haciendo frecuentes correrías sobre la capital y sus contornos". Estos malos elementos llegaron en su atrevimiento a acu– chillar a soldados leales "hasta dentro de la misma capital". De esta manera, el temor por sus vidas y propiedades, la desaparición por varios días de to– do vestigio de autoridad, el crimen y el saqueo al que impunemente se entre– gan muchos individuos de tropa, aterrorizó a los débiles, que se ven preci– sados a acudir, afligidos al único poder constituido: las divisiones de Monet y de Rodil. Como botón de muestra veamos qué sucede en el Callao, dentro del Real Felipe, nada menos, según relato del citado Torrente: "(Monet y Ro– dil) Llegaron a tiempo para afirmar el dominio del rey, pero llegan cuan– do ya se habían perpetrado las más horribles tropelías, cuando los feroces negros habían saqueado todas las riquezas y preciosidades depositadas en aquel recinto y cuando su vandálico espíritu de devastación había inutiliza– do cuanto estuvo al alcance de su furor, sin que Moyano, Casariego y Alaix se atreviesen a corregirlos, porque seguramente les habría sido harto funes– ta toda providencia que hubieran querido adoptar para remediar aquel de– sorden". - 158 -
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