La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

la médula de la patria y sin él no halla explicación racional nuestra nacio– nalidad (2). Aun antes de la difusión del anhelo separatista hay pruebas múlti– ples y valiosísimas que hablan de la existencia de una actitud peruana. La demarcación política, la distancia de la metrópoli, los pedidos de autono– mía económica e industrial, la vieja exigencia, justísima, para el ingreso de los americanos a los puestos de gobierno, la sensibilidad que distin– gue al americano del español, la versión de los viajeros que insiste en este punto, el deseo por conocer y estudiar al Perú, confirman la evidencia de nuestra realidad social. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, se mantienen esos antiguos planteamientos y la circunstancia de la época les concede una distinta presentación y vigencia. Se conoce y se sabe que existe el Perú; hay un lógico vínculo intelectual entre el hombre peruano y su medio; existe la conciencia de ser peruano, de pertenecer al Perú. El nexo con España aún no se rompe, pero sí ya es más distante; el hombre de aquí se sabe espa– ñol porque primero se siente peruano. A la conciencia y al vínculo peruanos, se añade la conciencia de inte– grar un género mayor, el género americano. La idea de América como estos pueblos nuevos creados en América por España, fueron sin más España, es decir homogéneos a la metrópoli y homogéneos entre sí, hasta un día en que se li– bertaron políticamente de la madre Patria e iniciaron destinos divergentes entre' sí. Pues bien; mi idea -fundada en el sentido del hecho colonial en toda su ampli– tud; por tanto, no sólo en la colonización española, sino en la de los otros pueblos de Oriente y Occidente, ahora y en otros tiempos- es totalmente inversa. Bajo tal nueva perspectiva lo que yo veo es que la heterogeneidad en el modo de ser hom– bre se inicia inmediatamente, crece y subsiste en la etapa colonial. El hombre ame– ricano, desde luego deja de ser sin más el hombre español, y es desde los prime– ros años un modo nuevo del español. Los conquistadores mismos son ya los prime– ros americanos. La liberación no es sino la manifestación más externa y última de esa inicial disociación y separatismo; tanto, que precisamente en la hora posterior a su liberación, comienza ya el proceso a cambiar de dirección. Desde entonces -cualesquiera sean superficiales apariencias y verbalismos convencionales- la ver– dad es que una vez constituidos en naciones independientes y marchando según su propia inspiración todos los nuevos pueblos de origen colonial y la metrópoli, cami– nan, sin proponérselo ni quererlo y aun contra su aparente designio, en dirección convergente, esto es, que entre sí y al mismo nivel, se irán pareciendo cada vez más, irán siendo cada vez más homogéneos. Bien entendido, no que vayan asemejándose a España, sino que todos, incluso España, avanza hacia formas comunes de vida. No se trata, pues, de nada que se parezca a eventual aproximación política, sino a cosa de harto más importancia: la coincidencia progresiva en un determinado esti– lo de humanidad. (José Ortega y Gasset. Discurso en la Institución cultural espa– ñola de Buenos Aires, 1939. En sus Obras completas. Madrid, 1947. t. VI, p. 243-244). (2) Cf. José de la Riva Agüero. Aclaración sobre el Mariscal José de la Riva Agüero. Opúsculos. Lima, 1937, t. I, 69-74; Víctor Andrés Belaunde. La realidad na– cional. Lima, 1910, Peruanidad. Lima, 1946: Síntesis viviente. Madrid, 1950; Jorge Basadre, art. cit. en Revista Histórica. 18

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