La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

precisamente el tránsito exacto de un siglo a otro: entre 1799 y 1800 no hay nada definitivo que haga que unos movimientos se diferencien de los · otros. La línea divisoria podría más bien establecerse en 1808: la gran crisis del imperio español que repercute en toda América, la invasión na– poleónica en España y la guerra llamada de independencia, el estableci– miento del régimen liberal, las luchas de los sectores fidelistas, afran– cesados, de los llamados carlotistas o partidarios de Carlota Joaquina, y los varios matices de liberalismo, que pugnan por cubrir el vacío de po– der dejado por Fernando VII y mantener la unidad del imperio español. Este podría ser el momento diferencial porque introduce nuevos factores de todo tipo, nuevos elementos de juicio; porque en verdad crea toda una nueva situación, radicalmente distinta de la anterior. En tal caso habría que incorporar el movimiento de Aguilar y Ubalde, de 1805 en el Cuzco, a los movimientos del XVIII y considerar que los del XIX arrancan con las primeras repercusiones americanas y peruanas de los sucesos peninsulares de 1808. ¿ Cuál es, pues, la diferencia entre los movimientos que van desde Túpac Amaru hasta Aguilar y Ubalde, en el XVIII y el primer lustro del XIX, y los movimientos que van desde 1808, digamos de las primeras conspiraciones limeñas, hasta la conspiración de Riva-Agüero en 1819 y 1820, la inmediatamente anterior a la llegada del Ejército Libertador? Una primera diferencia estaría en el carácter vago, esporádico, mas difuso e impreciso, de los primeros, frente al carácter concreto, preciso, circunscrito, sistemático ~ secuente, de los movimientos del XIX. Los movimientos del XVIII -excepción hecha de los testimonios de Visear– do (en cierto modo excéntricos) y el levantamiento de Túpac Amaru (aun en proceso de esclarecimiento documental o de legítimo debate interpre– tativo)- se mueven todos en un marco general fidelista, son de índole más bien doctrinaria e ideológica o de reivindicación social, y no de ac– ción política precisa, tienen un común designio reformista. Los del XIX, en cambio, son predominantemente políticos y amplían la anterior dico– tomía fidelismo-reformismo con dos nuevas instancias que se suceden, precipitan y superponen, indistintamente: autonomismo y separatismo. El marco histórico general de las postrimerías del XVIII en que la élite española intenta una forma de ilustración cristiana, explica perfectamen– te los planteamientos de Baquíjano sobre las prerrogativas políticas de la autoridad y de la comunidad, los ensayos pedagógicos experimentalis– tas de Rodríguez de Mendoza o la introspección histórico-literaria del Mercurio Peruano. La nueva situación creada a partir de 1808 explica los planteamientos políticos de libertad y autonomía que desarrolla el perio– dismo liberal limeño entre 1811 y 1814, las rebeliones de Zela y de los Angulo y Pumacahua. Acaso una distinción terminológica facilitaría la di– ferenciación, muy escueta por cierto, que acabo de enunciar: los del XVIII serían movimientos, con todo el carácter vago que la palabra sugiere; los del XIX, según cada caso, conspiraciones, rebeliones, levantamientos, re– voluciones. Pero no lo olvidemos nuevamente: las cosas no son así, tan claras y distintas. Se producen entremezcladas, con saltos, retrocesos, de– tenimientos, etc. En el XVIII, en fin, la perspectiva de la Independencia es más o me- - 51 -

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