La independencia nacional conferencias dictadas por encargo de la cnsip segundo ciclo

nos lejana; las mentalidades más avanzadas podían verla como una con– quista a la que podía llegarse en un proceso natural de reformas paulati– nas, por evolución. En el siglo XIX, sobre todo después de 1808 o, mejor' aún, a partir de 1810, la Independencia se presenta como una meta cerca– na, asequible con el recurso, también ya en sazón, de un proceso revolucio– narlo. La crisis de la legitimidad monárquica española, la acefalía del im– perio, el nuevo régimen napoleónico, las sucesivas formas que se imple– mentan rápidamente -llámense Juntas provinciales, Junta Central, Re– gencia- para contener y rechazar ese nuevo régimen, la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, las diversas expresiones del régimen liberal, todo, en fin, configura esa tesitura revolucionaria que va aflorar precipitada– mente. Podríamos decir que el proceso reformista del XVIII continúa su curso dentro de los parámetros señalados. A partir de 1808, por las indi– cadas razones, a ese proceso se viene a sobreponer otro mucho más ace– lerado, que tiene ya la perspectiva más cercana y factible de la Indepen– dencia. Se trata ya, no sólo de movimientos doctrinarios, cuya entraña subversiva hay que descubrir en la entrelínea de los documentos que nos han dejado, sino de planteamientos precisos, hechos concretos, intentos y logros tangibles, resonancias que podemos apreciar, repercusiones que podemos comprobar con toda objetividad. En otras palabras, diríamos que 1808 es en nuestro esquema del pro– ceso emancipador, una ocasión en la cual se precipitan los acontecimien– tos y las tendencias propicias para la Independencia. Como más tarde será también otra ocasión, el año 1820, la vuelta al régimen liberal en cu– yo ambiente culmina la emancipación hispanoamericana. Entre los movi– mientos del XVIII, además de las semejanzas y diferencias señaladas, me– dia una ocasión, una coyuntura decisivamente favorable a la causa revo– lucionaria. Como hemos dicho, uno solo de los movimientos del XIX, el de Agui– lar y Ubalde en el Cuzco, se separa del resto y podría ser adscrito a los del XVIII, ya que es anterior a la señalada ocasión. Sin embargo, por mu– chos otros motivos puede decirse que tiene un carácter singular, aislado e inconexo. Por el momento impropicio en que se produce y por la impre– cisión de sus objetivos un tanto fantásticos, podríamos considerarlo de segundo orden. Tiene, sin embargo, la significación que le confiere su desproporcionada y sangrienta represión y su sede cuzqueña, teatro del entonces no olvidado movimiento de Túpac Amaru y de las más constan– tes y sugestivas reminiscencias incaicas. Seria interesante conocer en su detalle e1 voluminoso expediente de esta original conspiración que se guarda, íntegro, en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Tal vez la Comisión Nacional del Sesquicentenario se plantee la edición de ese tes– timonio en la gran Colección Docwnental sobre la Independencia del Pe– rú, que prepara. Continuidad y extensión de los movimientos del XIX Una caracteristica esencial, que también distingue a los movimientos del XIX, respecto a los del XVIII, es su continuidad y extensión. - 52-

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