La Marina, 1780-1822

LA MARINA 261 bajas se reunieron en la Plaza y exigieron la vida de los españo– les confinados en el convento y fue con la más grande dificul– tad, que unos cuantos oficiales patriotas evitaron que llevaran a cabo sus horribles designios. La ciudad estuvo todo el día en terrible estado. Los clérigos nacionales, aun las mujeres y to– dos los que pudieron coger una espada o un cuchillo se movían por la ciudad buscando venganza contra los españoles europeos. Unos cuantos días antes de esto el Brigadier español Gene– ral Ricafort, quien había sido severamente herido en una de las acciones, y se había retirado a los Castillos del Callao, fue auto– rizado por el Protector para residir en la ciudad; el infortunado oficial había sido buscado intensamente por los negros. Sus ami– gos lograron con gran dificultad llevarlo a la escuadra patrio– ta, de donde pidió, y yo no tuve duda alguna de recibirlo a bordo de la Creole para que viaje a Valparaíso. El General también había recibido varias heridas de sable el 14 del mes p.pdo. pues lamen– tablemente estaba afuera de las murallas cuando comenzó un ata– que de la caballería patriota, y aunque en ese momento todo heri– do fue hecho prisionero, posteriormente fue liberado por las tro– pas de la guarnición. Los dos ejércitos continuaron a la vista uno del otro hasta el 10, ambos esperando el ataque. Durante ese tiempo los rea– listas que tenían el control de los caminos de la Costa, de Cañe– te al Callao por la vía de Chorrillos, recibieron provisiones y varias cabezas de ganado cuando en la mañana de ese día el ejército realista hizo un movimiento hacia los patriotas, pero el Gral. San Martín había dispuesto sus líneas de modo que in– terceptaran su ingreso a Lima, y aunque pudo haber forzado al enemigo a la acción, les permitió ingresar al Callao con toda su fuerza. Ha sido culpado encendidamente por esta conducta por todos sus oficiales, así como por el Vice-Almirante quien le ur– gió repetidamente a que iniciara la acción, y alzó también la voz contra él, acusándolo de pusilanimidad. Pero cualesquiera que sean los motivos del Protector, él había declarado días antes que no tenía preocupación alguna de que la guarnición del ca. nao fuera relevada, todo lo que él evitaría era que los realistas ocuparan nuevamente Lima; que era una guerra de opiniones públicas y que los riesgos de una batalla no compensarían la cau– sa patriota, la que finalmente triunfaría. Era un hecho muy conocido que los Castillos del Callao iban a rendirse el domingo 16 de haber fallado el intento español de reforzarlos. Ahora se había depositado dos meses de provisio-

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