La Marina, 1780-1822

LA MARINA 27 cuada a seguir, por cuanto el Virrey del Perú me ha notificado formalmente del bloqueo de todos los puertos de Chile e insis– tió en extender esta medida tanto a naves de guerra como a na– ves mercantes; (presentando muchas objeciones a que la Am– phion tocara en Valparaíso en su regreso hacia el Sur); casi no sabía hasta donde podía ser justificado en destacar la Androma– che y una de la sexta clase [tipo de navel a estos mares sin más instrucciones; aunque me di plena cuenta que el valor de la propiedad inglesa, bien sea la que ya ha ingresado a este país o la que está en camino bajo la idea de que el comercio era libre, requirió que se tomara algunas medidas para su seguridad. Afortunadamente mientras que consideraba los medios por los cuales salvaría esta dificultad, sin infringir el reconocido derecho de una potencia beligerante, o aparecer como abando– nando al comercio británico que dependía de mí para su pro– tección, desapareció una de mis ansiedades con la llegada de la nave de los EE. UU. Ontario, la cual, luego de una breve con– versación con la escuadra de bloqueo (compuesta de un barco de 36 cañones, otro de 28 y dos bergantines de guerra) le fue per– mitido ingresar a Valparaíso sin ninguna oposición. No perdí tiempo en aprovechar este favorable incidente, y pronto dejé el fondeadero en la Amphion para comunicarme con el oficial al mando de la escuadra española sobre el estado ac– tual de los asuntos. Nuestra conferencia fue perfectamente ami– gable. Justificaba la entrada de la Ontario basado en el princi– pio de que las leyes del bloqueo no se extienden a naves nacio– nales [de guerra), y cuando reclamé para las naves de Su Majes– tad Británica los mismos privilegios concedidos a cualquier otra potencia extranjera, asintió de inmediato y quedó plenamente entendido entre nosotros que las naves bajo mis órdenes po– drían entrar o salir libremente. Con respecto a las naves mer– cantes el caso era diferente. Sus Excelencias están informados por mi despacho N~ 56 que la Mary Ann fue condenada en Lima, no por intentar infringir el bloqueo de Valparaíso, sino por em– prender un viaje prohibido por las leyes coloniales españolas, y tuve por consiguiente razones para temer que todas las naves británicas que caigan en las manos de la escuadra podrían partici– par de un destino similar. Sin embargo, luego de una larga conver– sación obtuve todo lo que me parecía a mí que podía razona– blemente lograr sobre este punto; y ha quedado establecido entre nosotros, como Sus Excelencias verán por los anexos adjuntos, marcados A y B, que hasta que se puedan recibir nuevas órde-

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