La poesía de la emancipación
XIV AURELIO MIRO.QUESADA SOSA En segundo lugar, no es ésta una antología de Literatura en general, sino de Poesía -o si se quiere, más exactamente, de com– posiciones en verso- en particular. En épocas tan cargadas de contenido y que modifican y marc~m tan radicalmente la vida espi· ritual y material de colectiviaades e individuos, la literatura no se limita a lo que se puede llamar las "buenas letras'', sino se mani· fiesta también en otras formas, y algunas veces más significativas. Por razones obvias, sin embarg.o, ha habido que restringir la selec· ción; fuera de lo que los debates doctrinarios, las arengas antes del combate, los discursos políticos, las cartas de los próceres, las pro· clamas, etc. -igualmente expresiones literarias-, tendrán cabida más adecuada en otros volúmenes. Además, hay que reiterar que lo que importa principalmente aquí, por encima de su belleza literaria, es su interés de documento. Calidad literaria la hay sin duda en las poesías y fábulas de Ma– riano Melgar, en la rotundidad del canto heroico a la victoria de Junín por Olmedo, en la afirmación de libertad bajo la elegancia retórica de Sánchez Carrión, de Corbacho, de Laso, de Pérez de Vargas, de Valdés o de Pando, en la emoción patriótica de un him· no o en la gracia punzante de alguna estrofa popular. Pero lo que da mayor relieve y más auténtica trascendencia al conjunto es la comprobación inobjetable de que prácticamente no hay momento en la lucha por la Emancipación, ni etapa en la evolución de las doctrinas, ni personaje representativo en el proceso de nuestra In– dependencia, que no haya dejado grabada su huella, o no haya te· nido de alguna manera resonancia en la poesía de su tiempo. La colección comienza con los pasquines que surgieron como expresión de la protesta contra arbitrios gravosos e injusticias; continúa con el eco inquietante y con la crónica de la gallarda rebelión de Túpac Amaru; sigue c.on las décimas que compuso el infortunado Gabriel Aguilar en capilla; se españoliza en los elogios a las campañas de Goyeneche en el Alto Perú; se enorgüllece con el nombramiento del limeño Baquíjano y Carrillo como Consejero de Estado en Espa– ña; se ilusiona con la esperanza en las Cortes de Cádiz; se aquieta externamente con la sagacidad del Virrey Abascal, nombrado Mar· qués de la Concordia; se enciende de nuevo con el fuego de la r.e– volución de Pumacahua (o más estrictamente de los Angulo y Ma· riano Melgar); se agita con conspiraciones y pasquines en Lima, en Paseo, en Huánuco; se vuelve a tranquilizar con el recibimiento oficial de Pezuela; tiene un sueñ.9 frustrado y momentáneo con la conjuración de Gómez, Alcázar y Espejo; y luego, ya en la lucha definitiva por la Independencia, refleja y comenta la Expedición
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