La poesía de la emancipación

528 AURELIO MIRO.QUESADA SOSA Sobre la alma virtud. ¿Vivir no quieres En los siglos futuros? pues desprecia Ruines clamores, miramientos vanos, Acaso ingratitud: tu mision cumple; El duro casco y la coraza arroja; Y la cándida toga revistiendo, Dócil á las inspiraciones de Minerva, Sabias, justas, estables, dános LEYES, (5) De la inconstante Atenas la discordia, Por facciones frenéticas rasgada Y el injusto furor del ostracismo, Hasta que bajo el yugo de Filipo La altanera cerviz triste humillara, Tú nos harás huir. No de la adusta Bárbara Esparta ejemplo tomaremos, Ciegamente admirando sus virtudes Insociables y atroces. Ni la gloria Será que nos deslumbre de los hijos De Quirino (6) feroz, tras cuyas huellas, Con torrentes de sangre señaladas, Servidumbre espantosa y esterminio Al mundo todo enmudecer hicieron: Mientras en plebiscitos tumultuarios La agraria ley contaminó los rostros; (7) Y allí donde se oyeron los acentos (5) Casi todos los pueblos antiguos confiaron la formación de sus leyes fundamentales á un solo hombre: basta recordar á Minos, Zaleuco, Licurgo, Solon; y entre los modernos á Rousseau, y Locke. Las Constituciones for– madas por asambleas ofrecen tantos inconvenientes a priori, que no. corres– ponde señalarlos en una nota de una Epístola poética: pero reflex1onen:?s tan solo sobre el éxito desgraciado de las varias que abortó Ja revoluc10n de Francia., de la española, y de muchas de las americanas; y no podremos menos de sospechar algun vicio inherente en el modo de su redacción. Apro– vechemos nosotros el don que nos ha hecho la Providencia, y pidámos un Código adaptado á nuestras delicadas circunstancias, al hombre único, que anhelante por la gloria pura y desinteresada, posee todos los J?~dios de darnos, como Solon, las mejores leyes políticas que podemos recibir, y, lo que es mas, de establecerlas. (6) Los Romanos. Tal vez los jóvenes estudiosos de los bellos modelos de la antiguedad, tacharán de injustos mis iuicios sobre aquellos tres pue– blos famosos. Así pensé yo tambien á los veinte años; pero á los cuarepta se ven los objetos bajo sus verdaderos colores, y se confiesa que el gob1e~no de Atenas era una ochlocracia monstruosa é inicua; el de Esparta el re– gimen de un monasterio que se compusiese de iroqueses; y el de Roma, la eterna fluctuación entre dos elementos discordes, sobre la base de la am– bición mas frenética. (7) Los estudiosos de la hisJoria romana saben que los rostros ó proas de galeras cartaginesas adornaban la tribuna del Foro.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx